Hubo un tiempo en el que el Benito Villamarín no era “el templo” ni “el coliseo verdiblanco”, tampoco existía el cuarto anillo ni otras pamplinas varias. En aquellos tiempos todo el mundo lo conocía como “er campo der Beti” y punto. Un estadio desvencijado con unas gradas de preferencia y fondo coquetas pero con unas gradas de Gol que parecía aquello la tapia de un cementerio. Pero oye, tenían su encanto esas paredes encaladas. Una vez dentro esos enormes escalones en invierno estaban más fríos que el cubata de un botellón en los jardines de Murillo y en verano más caliente que la plancha de un chiringuito. Las barandas servían para apoyarse y recordarle al árbitro todo su árbol genealógico y un foso donde siempre caía algún carajote con la media papa. Un sitio familiar donde todos nos conocíamos tanto para las alegrías como para las penas.
Pero lo que vengo a contarles es lo que se encontraba uno en la puerta 14. Esa no era cualquier puerta, era especial pues por ahí accedías con la entrada de infantil, válida hasta los 14 años. Era tan barata esa entrada que casi compensaba sacársela a tener el carné de socio y claro, eso era un caramelito para poder entrar de manera económica al fútbol. Conforme te ibas acercando a la fila veías a la chavalería ilusionada y ansiosa por entrar con su bolsa del polvillo atada a las trabillas del pantalón pero si te fijabas bien en esa cola había más “gatos” que en los jardines de la Casa Cuna. He de reconocer, para que negarlo, que formé parte de esa caterva que intentaba entrar con entrada de infantil.
El riesgo era grande pues te podías comer esa entrada con papas si el portero te decía que nanai, pero eran otros tiempos, no había tornos, ni lectores de códigos de barras, allí se colocaba el fijo-discontinuo de turno con más ganas de ver el fútbol que tú. Como todo en esta vida entrar de medio “pescue” tenía su técnica, no podías llegar pronto porque no entrabas ni de coña, había que llegar con el tiempo justo para armar bulla, había que empujar sí o sí, meter voces “¡quilloo venga ya cohoneee que vamos tarde!” y cuando llegabas a la puerta 14 y entregabas la entrada te decía el nota “quillo, enga ya ome que tiene musho pelo en lo huevo ostiaaa” pero a todo esto los colegas empezaban a empujar hasta que el tío te cortaba el pico de la entrada diciéndote “enga pa entro pero la próxima vez por lo menos aféitate el bigote cabesa” y uno entraba corriendo para pillar buen sitio y poder ver a Calderón meterla por la escuadra. Qué tiempos aquellos, tiempos que ya no volverán pero que no debemos olvidar pues forman parte de nuestra memoria colectiva.