Tras un comienzo de liga prácticamente de sobresaliente y haciendo del Villamarin un fortín, llegó la primera derrota en casa frente al Atlético de Madrid.
Fue un partido extraño, donde por momentos el Betis dominaba pero se veía castigado por el acierto de la delantera colchonera. A pesar del golazo de Nabil Fekir no pudimos puntuar en la jornada. Mientras salía del estadio escuchaba comentarios de aficionados hablando de que nos estábamos acostumbrando a ganar y creo que es cierto. En los últimos meses, con el estado de “beticidad” implantado en Heliópolis, pocas veces he sentido que el conjunto de Manuel Pellegrini mereció perder o perder puntos.
A veces la falta de acierto, la mala suerte o las malas decisiones arbitrales han marcado el devenir de partidos en los que el Betis jugaba bien y la afición acompañaba dejándose la voz. Siendo la jornada 11, era la primera vez que perdíamos en casa, una derrota más pero que me hizo sentir como si fuese el fin del mundo. Quizás me estaba empezando a mal acostumbrar a esa sensación de salir del Villamarin feliz y sabiendo que los míos lo habían dado todo en el césped. En esto último no tengo nada que reprochar pero si es cierto que el beticismo, después de tantos años de dificultades, descensos y malas gestiones, está ilusionado con una plantilla y un entrenador que nos hizo tocar la gloria en La Cartuja.
Supongo que todo es cuestión de acostumbrarse, tanto a disfrutar de las victorias y la buena racha como de las derrotas y el mal sabor de boca de que se podría haber hecho más. De lo que si no hay dudas es en mi confianza plena en este equipo y en la capacidad de resiliencia que tiene.