Ángel Cuéllar y yo tenemos tres cosas en común: nacimos el mismo año (con apenas 20 días de diferencia), somos béticos y que de pelo estamos cortitos con sifón. Pero curiosamente hace algo más de treinta años nuestros caminos se cruzaron.
Y es que hay recuerdos de la infancia y la juventud que son imborrables, algunos porque nos traumatizaron y otros porque nos colmaron de felicidad. Son muchas las pachangas que uno ha jugado de joven con amigos del barrio o del colegio pero aquella pachanguita con Ángel Cuéllar no la olvidaré en la vida. Tanto por ser quien era (o más bien, iba a llegar a ser) y también por las consecuencias finales de aquel partidillo.
Siendo sincero no puedo afirmar en qué año ocurrió, pero sería entre 1986 y 1988 pues Cuéllar aún no había debutado en el primer equipo. Aquella mañana de verano se presentó mi amigo Mario con Ángel en la urbanización donde veraneábamos. Me lo presentó y lo saludé con una admiración contenida pues ya sabía quién era por su trayectoria en los escalafones inferiores y su internacionalidad con la Selección Española. Iba con una camiseta y un bañador, y no exagero si afirmo que sus piernas estaban más fuertes que un vinagre de cooperativa: la derecha parecía una pata de paso de palio metida en agua tres semanas consecutivas. Si lo pintabas de verde era el increíble Hulk. El caso es que dice uno “y si echamos una pachanguita” y allí que nos fuimos al campito de albero con porterías hechas con troncos de madera. Os podéis imaginar la pachanga, cada vez que tenía el balón ni lo olíamos, burreo total y eso que estaba jugando al 2% de su rendimiento normal. Llegó un momento en el que creo que ya se estaba aburriendo y deseó acabar con aquello, así que dribló a todo cristo y metió tal pepinazo que el balón dio en el larguero y la portería se descuajeringó como si fuera la casita de madera del cerdo medio carajote del cuento y demos gracias a Dios que no le metió al portero porque si lo llega a coger se nos va al otro barrio.
Tras el descalabro dijo uno “po se acabó” y Cuéllar se fue. No lo volví a ver hasta dos años después estando yo en Gol Sur y él haciendo magia sobre el césped, pero siempre podré decir aquello de “yo jugué una pachanguita con Ángel Cuéllar”.