Que desde la llegada de Haro y Catalán al Real Betis estamos viendo que se afanan en ampliar las miras del club fuera de lo deportivo es tan cierto como que los clubes de fútbol de todo el mundo ya no lo son. Ahora son macroempresas que mueven millones y millones de euros, libras o dólares al año y cuya supervivencia econonómica y empresarial es más importante que quién tire lo penaltis o si el lateral derecho cubre su marca o no.
Y el Betis no podía quedarse atrás. Negar la evidente no sirve de nada. Por mucho romanticismo y épica que pueda quedar, el fútbol hace mucho tiempo que dejó de ser el sentimiento de sus aficiones para dejar paso al amor a unos colores: los colores del dinero, en este caso. Ahora priman otra serie de factores, con objetivos a largo plazo y más importantes (por suerte o por desgracia) que el partido del próximo fin de semana. Los clubes de fútbol ahora buscan su propia supervivencia, preservar el status y perdurar en el tiempo. Y aunque sea un ciclo vital que pase de lo económico a lo deportivo y de nuevo a lo económico, el Betis anda, más que en un ciclo, en un torbellino.
Porque solo hay que ver las reacciones de muchos béticos a la campaña presentada en el día de ayer: Forever Green. Lo que debería celebrarse al ver que el Real Betis Balompié se pone a la vanguardia de la sostenibilidad ecológica en el mundo del fútbol se usa como arma arrojadiza, otra vez, contra la actual directiva. No voy a quitarle razón a los que dicen que la única sostenibilidad por la que deberían preocuparse es por la del propio Betis, pero ésto no deja de ser motivo de orgullo. El Betis está creciendo, se hace grande e importante fuera de los terrenos de juego. ¿Servirá para algo? ¿Borja Iglesias marcará el domingo gracias a ésto? Pues seguramente no, pero en un mundo donde el fútbol ha dejado de ser fútbol es bueno que el Betis deje de ser el Betis, que no es poco.
Por pura supervivencia. Por más que digan cuatro garrulos.