Lámpara y varita. Varita y lámpara. El desequilibrio del Betis pasa por las botas de dos futbolistas que elevan el fútbol a la categoría de obra de arte. Gracias a ellos los regates se pueden pintar, los pases se proyectan y la mezcla de esférico, la bota y el quiebro puede convertirse en poesía. Son de esos futbolistas que te hacen volver a disfrutar de un fútbol distinto, en el que lo individual enamora, en el que la ocurrencia de lo imposible decanta los partidos. Canales y Fekir son los principales exponentes de ese Betis de los genios que ya deja imágenes que descansaran en las paredes del museo mental verdiblanco.
Es bonito ver como la magia es capaz de conchabarse, hay pocas cosas como la química entre artistas. Lennon y McCartney, Camarón y Paco, Canales y Fekir. Puede parecer forzado el símil, pero les prometo que cuando estos dos se ponen a tocar en el borde del área, me imagino ese proceso de los músicos componiendo, los toques en la frontal se me asemejan a esos primeros acordes que se saborean sabiendo lo que viene detrás.
El mago y el genio. La lámpara y la varita. Ver a Canales levantar la cabeza y sacar la lengua fuera, recordando al niño que se esfuerza en el pupitre para no salirse de las líneas, es lo más parecido a contemplar al ilusionista que está preparando el hechizo. Pasa igual cuando ves que el balón le llega al francés de la ceja arqueada. Cuerpeo y arranque, engaño y quiebro. El desenlace ya lo sabemos todos, o latigazo y gol o patada y protesta. No hay manera legal de parar a Fekir, así lo demuestra el elevado número de faltas que recibe. Nabil posee la calidad del jugón y el físico de un profesor de crossfit, sus cuádriceps son dos rocas irrompibles que saben esconder el balón.
Tener a dos futbolistas de esta factura maquinando sobre el verde, te hace partir con la ventaja del referente, esa capacidad de encomendarse a dos pilares si vienen mal dadas. Parece que el Betis ha dado con la tecla, que ha encontrado esa receta del éxito que es la que le está permitiendo tutear a cualquiera de los equipos que tiene enfrente. Esa fórmula no es más que la suma entre este Betis de los genios y el Betis de los jornaleros. Ese contraste entre la garra de Ruibal, Miranda, Pau, Guido o Guardado frente al desequilibrio de Lainez, Fekir, Canales o Rodri. Esa aleación es la que hace a un equipo poderoso. De alguna manera ese Betis de los jornaleros hace de mecenas para que los artistas puedan crear, pican piedra para que los otros diseñen el edificio. Esa es la pócima que hay que ocuparse de remover en el caldero.
Así es como se afianza la séptima plaza y se mira con hambre y realismo a la sexta y a la quinta, con este híbrido entre genialidad y bloque. Esos son los hilos con los que se tejen las victorias, teniendo al mismo tiempo dos ases bajo la manga que te permitan bombardear el área del rival y siendo capaz de tener un bloque rígido que proteja tu arco. Ahí entran la concentración de Mandi y Víctor Ruiz tirando las líneas del fuera de juego y despejando el peligro, la creciente mejoría de Robles bajo palos y todas esas luchas personales de todos los demás. Parece que hemos encontrado la senda, la unión entre esas dos secciones que en la primera vuelta no llegaron a entenderse del todo. El Betis de los genios, el de la lámpara y la varita, combina a la perfección con el de la seriedad y la rigidez. Ayer sobre el tapete de La Cerámica mientras uno agitaba la varita y el otro frotaba la lámpara, se vio a un equipo serio, de los que ganan pese a que el VAR y los árbitros se empeñen en lo contrario, de los que pueden y deben competir por Europa.
