El otro día leí en redes sociales a alguien definir a Papá Noel como un anciano que trae felicidad. No me gusta los caramelos tempranos, pero tras una temporada completa y el inicio de esta, pese a que falta mucha temporada que evaluar, me atrevería a decir que para los béticos ese “anciano” es Manuel Pellegrini. Y la felicidad viene en forma de de goles y de encandilar a la afición verdiblanca.
Soy de los que al empezar la temporada decía que la plantilla andaba justita para tres competiciones. No lo decía en cuanto a número, algo obvio con los problemas que el propio Betis tenía para dejar fichas libres y realizar incorporaciones. Me refería a la calidad. Y no me escondo ahora que estamos ganando y jugando un fútbol de kilates que se caracteriza por ser ofensivo, fuerte en la presión, equilibrado, con rápida circulación de balón e incisivo ante la portería contraria.
No me desdigo de mis palabras porque lo sigo pensando, pero este artículo va a servir para incluir una serie de matices y poner en valor el trabajo que está haciendo el técnico chileno. Un servidor veía un once que podía competir con calidad contrastada, pero también sentía que faltaba profundidad al plantel. Veía a Guardado y Joaquín, estandartes y personalidades indispensables en un vestuario, pero también venidos a menos bajo el peso de unos años que no pasan en balde para nadie. Veía a Guido Rodríquez en el once y me costaba encontrarle un compañero que no fuese Canales retrasando su posición ideal, como tantas veces la temporada pasada. Veía a William Carvalho, del que no se esperaba demasiado por ser un jugador que entiendo para un contexto muy específico. A Paul, que sería más bien sustituto del propio Guido y al que, en opinión de un servidor, aún le pesa un poco la camiseta cuando ha jugado. A Camarasa recién salido de una grave lesión y sin saber cuando se reencontrará con su mejor nivel.
Veía también sustitutos débiles en Edgar, cuya experiencia en primera se limitaba a unos partidos con Rubi actuando como pivote ─y defendiendo muy dignamente la posición, por cierto─. A Alex Moreno por quien también se negoció en verano y que dejaba muchas dudas, especialmente a nivel defensivo. A Montoya, que no jugó casi nada la temporada pasada y cuyo rendimiento no era el esperado. A un guadianesco Tello del que aún no sabemos que cara de la moneda mostrará al saltar al césped. A Juanmi que no terminaba de aportar ese gol que se le presuponía tras ver su paso por la Real Sociedad y su desafortunada lesión. Tenía esperanza en la cantera con jugadores como Rober o Rodri como no podía ser de otra manera, consciente de la calidad de ambos, pero la temporada es larga y la experiencia es un grado. Darles un peso que no deberían llevar podía ser incluso perjudicial para ellos y para el equipo.
En definitiva, tenía dudas. En parte aún las tengo. El equipo estaba pasando muchos problemas para realizar incorporaciones y necesitaba reforzarse para afrontar una exigente temporada. Con lo que no contaba, alabados sean los dioses, es con la gestión de Manuel Pellegrini.
El técnico no solo ha conseguido hacer competitivo a este equipo. También ha conseguido enchufarlos a todos. Los ha metido en el barco y los ha puesto a remar al mismo ritmo hasta lograr una maquinaria fiable. Una forma de jugar. De pronto William Carvalho no solo no es un descarte en el ostracismo, sino que recupera y hace jugar, comprometido y mostrando por fin ese jugador al que veíamos en Portugal preguntándonos dónde se escondía. De repente Rodri obtiene galones y es indispensable e imprevisible. Sin una responsabilidad abrumadora, pero aportando siempre al equipo. Y dentro de una dinámica ganadora, de un equipo equilibrado en el que todos van a una, resulta que Edgar está realizando actuaciones más que meritorias en primera división. Alex Moreno defiende con más compromiso que en años anteriores. Juanmi encuentra el camino del gol y ofrece al equipo una movilidad en ataque difícil de esperar por la defensa rival. Y esos jugadores que ofrecían dudas terminan encontrando un sitio en esa maquinaria que hace competir a este equipo. Y gracias a la gestión del técnico, empiezan a sentirse importantes, porque nunca sabes cuándo va a entregar una camiseta titular. Y Pellegrini sonríe. Y el bético sonríe en la grada. Y en casa. Y al irse a dormir. Al menos por ahora, porque viendo jugar a este equipo, es difícil no ilusionarse con mantener el nivel y competir de verdad.
Es absurdo lanzar las campanas al vuelo ahora. Esto acaba de empezar y no se ha conseguido nada, pero ese barco de remeros llamado Betis aspira a alcanzar velocidad de crucero practicando un fútbol divertido, de acoso y derribo, de reventar los postes y travesaños de las porterías rivales, de atosigar al contrario. Queda mucho, pero con un poco de suerte caerán muchos regalos en forma de victorias. Y puestos a soñar, ¿quién sabe? Al menos la sensación que transmite a día de hoy es de no vender barata ninguna derrota.
De momento la navidad queda lejos, pero yo creo en Santa. Perdón… en Papá Manuel.