El pasado 30 de septiembre volvimos a vivir un partido europeo del Betis lejos del Benito Villamarín. De Rennes a Budapest en un intervalo superior a dos años y medio. Demasiado tiempo de espera. Había ganas de volver a ver a los nuestros competir en encuentros de esta índole por el continente y como no podía ser de otra forma, en la capital húngara se daban cita un gran número de béticos para acompañar al equipo en este primer desplazamiento oficial del curso fuera de nuestras fronteras.
Por allí también hizo acto de presencia parte de la cúpula del club, encabezada por Ángel Haro y José Miguel López Catalán, que no dudaron en intercambiar opiniones y hasta cánticos con algunos aficionados en la previa del partido. Vaya por delante que a mí me parece genial que todo el mundo disfrute y lo haga públicamente si considera oportuno. También ellos, claro que sí. Ahora bien, chirría un poco que esto ocurra cuando las cosas marchan relativamente bien y en cambio parezca que se han evaporado cuando las cosas no funcionan.
Esta situación también la podemos hacer extensible a la competición doméstica. Por supuesto que hay que acudir al Camp Nou, al Bernabéu o al Metropolitano, pero también hay que estar en Mendizorroza, en el Martínez Valero o en Vallecas. Glamour y barro, como haría cualquier aficionado verdiblanco. Sacar pecho es muy fácil con el viento a favor, lo complicado es dar la cara cuando vienen mal dadas y eso no ha sucedido en los últimos tiempos, al menos hasta el momento.
La imagen de los dirigentes, en especial la de López Catalán, quedó bastante deteriorada tras la discutida marcha de una leyenda de la entidad como Lorenzo Serra Ferrer. Más aún cuando en la temporada siguiente quiso hacer las veces de máximo responsable en materia deportiva, lo que supuso el descalabro del equipo hasta la decimoquinta posición en liga. Y gracias, porque pudo haber sido peor aquella temporada de infausto recuerdo. Después de aquellos episodios, es comprensible que quiera lavar su imagen de cara al aficionado con este tipo de apariciones públicas, pero el bético no olvida lo que sucedió, por lo que bastante camino tendrá que recorrer para que al menos se le pueda tener en consideración.
Y la forma de hacerlo es apartar definitivamente a un lado el ego desmedido y las ansias de protagonismo, dejar trabajar a los que saben en cada una de las áreas del club y respaldarles en todo momento. Una cosa es el accionista y otra bien distinta el aficionado de a pie. Para ganarse a la afición hace falta mucho más que un cántico o una entrevista con preguntas preparadas en un medio afín.
La situación accionarial la puedes tener controlada independientemente del momento en el que se encuentre el club, pero el beticismo exige dedicación, entrega, seriedad, humildad y el convencimiento real de que el Betis es lo más importante, antes que cualquier figura. En definitiva, hechos y no palabras. Y mucho deben hacer los actuales dirigentes para ganarse al aficionado, porque el porcentaje accionarial y el sentimiento van por separado. Un primer paso sería hacer suyo el lema ‘Betis por encima de todo’. A ver si a la enésima va a la vencida.