Hacía tiempo que no viajaba fuera de Andalucía debido a la pandemia, el pasado 31 de octubre puse fin a esta espera. Desde el mismo momento que decidí unirme a este viaje supe que iba a ser diferente, con matices que no iba a encontrar en otros, matices que marcarían de principio a fin todo el trayecto. Os hablo de mi primer desplazamiento para animar al Betis fuera de nuestro templo.
He de decir, que antes de hacer este viaje ya sabía lo que era hacer kilómetros para dejarme la voz por las treces barras, pero en esa ocasión no nos dirigimos hacia un estadio, sino hacia un pabellón. Me refiero al partido entre Manzanares y el Real Betis Futsal donde un grupo de locos de la cabeza nos embarcamos rumbo a Ciudad Real para animar a nuestra sección de fútbol sala prácticamente justo un mes antes de que el coronavirus apareciese en nuestras vidas.
En la madrugada del sábado al domingo cientos de béticos llenamos autobuses, coches y trenes para estar el domingo con nuestro equipo, en Madrid, en el Estadio Wanda Metropolitano. Las horas en la carretera iban pasando mientras que las ganas por llegar aumentaban. No sé cómo describir esa sensación de estar en un lugar diferente y sentir tanto calor de gente que no conoces, algo así sentí cuando paseaba por el centro la ciudad y no paraba de ver béticos y béticas animándose los unos a los otros para el partido.
“Más allá de la frontera siempre habrá alguien que diga viva el Betis manquepierda” esa fue la frase que se me vino a la cabeza cuando un amable madrileño que estaba trabajando en el Metro de Madrid se me acercó para ayudarme a sacar mis billetes. Además de orientarme, dedicó tiempo en saber de dónde veníamos para animar al Betis, cuando le dije que venía de Huelva se echó las manos en la cabeza, “estás loco” me decía. Nuestra conversación acabó con un “viva el Betis” pues el chico era bético y me transmitió la felicidad que tenía de ver su ciudad teñida de verde.
Esperar a que llegue el metro y ver tantas camisetas verdiblancas me hacía sentir en casa. Pese a que ya sabía que nuestras aficiones tenían buena relación, fue cuando llegué a los alrededores del Wanda Metropolitano cuando pude ser testigo de ello. Los colores verde, rojo y blanco parecían hacerse uno en un ambiente cálido y de hermandad.
Una vez comenzado el encuentro, ya sabemos todos cómo acabó. Fueron 90 minutos en los que el equipo que estábamos viendo en jornadas anteriores directamente desapareció. Pese a que la finalidad del viaje se encuentra en este punto, no podría nunca definirlo como una “mala experiencia” pese a que supuso un duro golpe a todo el beticismo.
En definitiva, pese a que el resultado no acompañó, fue una experiencia increíble. Volvería a montarme en ese autobús una y mil veces más. Espero que este sea el primero de muchos, gracias a todos los que hicieron que fuera un viaje tan especial e inolvidable. Nos vemos por Heliópolis.