“Esnaola, con los dos pies en el suelo, lanza Iribar… ¡Y para Esnaola!”. Así narró José Félix Pons para Televisión Española el lanzamiento decisivo de la tanda de penaltis infinita que dio al Betis su primera Copa del Rey. Era el décimo que chutaba el conjunto bilbaíno y el tercero que paraba nuestro legendario guardameta (el cuarto en realidad, porque detuvo otro que el árbitro mandó repetir). La zona verdiblanca del Calderón se vino abajo y los béticos celebraron por todo lo alto el triunfo cosechado en 1977. Yo no había nacido, pero mis padres estaban en el campo. Y no solo eso: Esnaola le regaló a mi padre los guantes que usó en aquel histórico partido. En Carmona, todavía conservamos ese tesoro.
No tenía claro de qué hablar esta semana. Después de las tres derrotas seguidas el ambiente está algo crispado. Es cierto que seguimos quintos en la Liga, que estamos segundos en el grupo de la Europa League y que la Copa todavía no ha comenzado. Pero existía una ilusión desbordada entre los aficionados y perder contra Atlético, Leverkusen y Sevilla ha desinflado un poco la euforia que se generó tras la goleada al Valencia. Simplemente, fútbol. En las rachas malas es cuando más hay que estar con el equipo. Yo sigo confiando en Pellegrini y en los jugadores. Aunque en estos tres encuentros no hayamos logrado competir de tú a tú y las cosas no hayan salido como nos hubiese gustado. Por eso he tirado de historia, de la buena; de la que nos saca una sonrisa; de la que nos cuentan nuestros padres o nuestros abuelos. Tal vez, alguno de los que me están leyendo ya se había enamorado de la camiseta de las trece barras. O quizá alguien se hizo bético aquel día en el que ganamos la primera Copa del Rey en el Vicente Calderón y Esnaola fue el héroe.
Pepe, como lo llamaban sus amigos, empezó su legado como verdiblanco en 1973. El Betis pagó un buen dinero a la Real Sociedad por un portero de prestigio. Se instaló en Reina Mercedes con su mujer Tina y muy pronto se adaptó a la ciudad. Mi padre era su vecino y coincidieron varias veces en una sala de juegos que había en el barrio. En aquel lugar, entre partidas de chapolín (como llamaban al billar americano) y de pin pon surgió una gran amistad. Fue tan buena y cercana su relación que Esnaola invitó a mi padre a viajar a Rusia en el avión del equipo. Esto sucedió al año siguiente de ganar la Copa, en una eliminatoria de Recopa contra el Dinamo. Había tanta nieve en Moscú que el partido se tuvo que trasladar a Tbilisi, en Georgia. Toda una aventura en la URSS de aquella época. El Betis iba con un empate a cero de la ida y cayó tres a cero en la vuelta. Eliminado. Luego, bajó a Segunda, casi con los mismos que vencieron al Athletic en el Manzanares, unos meses antes.
Mis padres vieron la final de Copa del Rey, la primera en denominarse así tras la muerte de Franco, en uno de los fondos del Calderón, en el que se lanzaron los penaltis. También fueron mis abuelos, que se sentaron en preferencia. Viajaron en coche desde Sevilla y mi madre siempre me cuenta que se le cayó la bandera en la carretera, al sacarla por la ventana, aunque logró recuperarla. Había mayoría de hinchas del Athletic, que tomaron Madrid. Pero para los nuestros fue una experiencia inolvidable.
El partido estuvo igualado, aunque siempre con iniciativa rojiblanca. De hecho, los de Bilbao eran claros favoritos. Se pusieron hasta dos veces por delante en el marcador. Anotó primero Carlos, empató López, y ya en la prórroga marcó Dani, tras un error tremendo de Benítez. Por suerte, volvió a igualar López de cabeza a centro de Cardeñosa en el minuto 111. Dos a dos al término del tiempo reglamentario. Los penaltis decidirían al campeón y el duelo en la portería se convirtió en uno de los más célebres de la historia de nuestro fútbol: el gran Iribar contra nuestro querido Esnaola.
El Betis estuvo dos veces contra las cuerdas en esa tanda. Cardeñosa falló el quinto lanzamiento y si Dani marcaba la copa se iría para Bilbao. Sin embargo, Esnaola detuvo su tiro. Luego fue Villar, el ex presidente de la Federación, el que tuvo la ocasión de finiquitar el triunfo vasco tras fallar Alabanda, pero Esnaola también le paró el penalti. El destino quiso que los dos guardametas se enfrentaran el uno contra el otro para dilucidar el ganador. Nuestro portero sí marcó, con gran frialdad, y cuando le correspondió tirar a Iribar… Esnaola adivinó hacia donde iba el balón y rechazó su disparo. Final. La copa se marchaba para la tierra que baña el Guadalquivir.
Los béticos disfrutaron de lo lindo aquella noche en Madrid. Era la primera Copa del Rey que lucía en nuestra sala de trofeos. Histórico. Yo he visto varias veces el encuentro y me pongo la tanda de penaltis cada cierto tiempo. Me emociona. Pero aquel partido tuvo algo especial para mi familia. Dos o tres días después de la final, mis padres se acercaron al Villamarín. Habían quedado con Esnaola, que les iba a hacer un regalo de incalculable valor: los guantes con los que jugó la final de copa. Una reliquia que en mi casa está guardada como si fuera oro y que me hace recordar que yo ya era bético antes de nacer.