En nuestro equipo universitario de la facultad de Física había un solo tipo que realmente supiese jugar al balonmano. En su club habitual lo hacía en el puesto de extremo, pero en la facultad lo hacía como central, para repartir juego y que todos los balones pasaran por él. Algo similar sucede con Nabil Fekir en el Betis: al fichar por los sevillanos el francés eligió ser cabeza de ratón antes que cola de león –pretendientes de Champions no le faltaron–, y a cambio recibe ciertos privilegios tácticos, como ocurría con mi compañero de Física, para aprovechar sus cualidades y maximizar así su impacto en el juego –cultivando de camino el confort de su peculiar personalidad–.
Y es que, sin duda, las condiciones futbolísticas naturales de Fekir, y particularmente sus cualidades técnicas y físicas –excelente control de balón, magnífico juego en corto, regate incontrolable, notable disparo, aceleración explosiva– son de delantero puro y lo podrían convertir en un extremo derecho decisivo, a la manera de Salah: de los que buscan la puerta rival a pie cambiado desde el costado de un delantero centro de referencia. Ahí Fekir intervendría mucho menos en el juego, pero, cerca de la puerta rival, sin duda sus cifras de goles y asistencias serían mucho más importantes, carencia esta que suele ser subrayada –con razón– por sus detractores: de un crack tratado como tal exigen una aportación más decisiva en el área.
Sin embargo Pellegrini y su equipo técnico han decidido situarlo como mediapunta. Dejemos que su mapa de calor ofensivo nos muestre qué significa esto:
Como vemos, y pese a defender como delantero de un 4-4-2, Fekir hace labores ofensivas de interior, normalmente reservadas a jugadores de otro perfil (pensemos en Dani Ceballos): más asociativos, menos explosivos, mejores pasadores. Desde esa posición, lejana a la puerta rival, Fekir disfruta de libertad absoluta, protagonismo constante y contacto permanente con el balón. A cambio, y además de trabajo en defensa, Fekir ofrece retención de la posesión ante presión, desequilibrio constante del centro del campo del rival, desgaste de sus marcadores, atracción de la atención del sistema defensivo del oponente y, si no asistencias, sí una altísima aportación en la llamada «xGChain» o cadena de creación de ocasiones: su intervención en jugadas de gol es muy habitual, pero no en forma de tanto directo ni de asistencia, sino de pase previo; por ejemplo, en forma de combinaciones con los extremos, o de pases profundos hacia desmarques de ruptura de los laterales, que acaban en asistencia.
Este rol ofensivo justifica la disonancia que produce Fekir entre la impresión visual de jugador decisivo y su floja aportación neta en estadísticas de área, esto es, goles o asistencias directas de gol. Pellegrini saca así partido de sus especiales cualidades: explota sus brutales fortalezas físicas y técnicas, pero también oculta sus debilidades tácticas y psicológicas, que nos muestran a un jugador de otro tiempo, un regateador de ritmo inconstante inadaptado al juego colectivo a dos toques que triunfa en la actualidad, y necesitado de tratamiento de estrella. Así es nuestro Fekir: lo tomas o lo dejas.