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Bético de Ultramar

Cuando el corazón no cabe en el tórax

Hay un cuento realmente maravilloso del escritor rosarino Roberto Fontanarrosa titulado “19 de diciembre de 1971”. En él narra como un grupo de chavales secuestraba a un viejo, hincha de Rosario Central, para llevarlo como amuleto o talismán a la cancha donde jugaban una final contra “la lepra”, su eterno rival y odiado vecino de Newell´s Old Boys. El problema es que esta persona, el viejo Casale; tenía una afección cardiaca. El médico le había prohibido estar cerca del fútbol porque su salud se descomponía y corría el riesgo de morir “del bobo” (el corazón) si acaso se excitaba de más. Cuando “los canallas” (Central) jugaban, el viejo Casale tenía que encerrarse en un cuarto. Lo mantenían lejos de radios y televisores e incluso necesitaban aislarlo del ruido de los vecinos que gritaban los goles propios o se lamentaban por los ajenos; con el único fin de mantenerlo tranquilo.

No revelaré el final o conclusiones del cuento porque los invito a leerlo. Me parece que incluso se encuentra en el internet. El relato es una delicia narrativa, una grandiosa radiografía social y cultural de la vida en aquella ciudad de la Provincia de Santa Fe; un trocito de historia de la rivalidad de dos clubes que tiñen la ciudad, que se han convertido en cantera indiscutible del fútbol argentino y que tiene en sus filas a nombres pesados como Kempes por los canallas, o al mismísimo Messi por los leprosos. Es además un divertidisimo diccionario de lunfardo argentino. Las expresiones y palabras musicalizan una obra que se lee con marcado acento “argento” dentro de la cabeza. No hay otra forma.

Todo esto viene a colación porque creo que por primera vez en mi vida me he sentido descompuesto por un suceso futbolístico. El día transcurrió lento, viscoso y denso. Los minutos del reloj avanzaron con incomoda parsimonia y “el bobo” apenas cabía en la cavidad torácica. Si el día de hoy me preguntan si gocé el partido, mi respuesta es fácil y rápida: No. Nada. Ni siquiera un poco. Contadas veces he sentido una emoción que sofoca, que provoca taquicardia, que te deja una contractura en el cuello y un malestar de cuerpo casi incontrolable. No exagero, me costaba trabajo girar la cabeza. Lo atribuí al haber dormido chueco, pero al día siguiente, casual y providencialmente amanecí como nuevo. No sabía cuanto me importaba o hasta que grado me importaba todo esto. Frente a la que está cayendo encima en el mundo, el futbol debería ser solamente, lo mas importante de lo menos importante, pero en esta ocasión especial, era necesario tener y alzar esta copa. Por la nueva generación, por la renovación de votos de los ya fieles, por más de tres lustros de sequías y sobre todo, para volver a entender que solo perdiendo se sabe ganar y que sí sabemos hacerlo. Celebro el temple y nervios de acero de los nuestros y muy en especial del joven Miranda en quien recayó un nivel de responsabilidad y presión difícil de manejar y sin embargo lo hizo. Que lastre venía cargando ese chico en la espalda cuando iba caminando hacia la bola. No puedo ni imaginar lo que pasaba por su mente.

Celebro la tribuna desbordada y entregada, a una directiva que ha trabajado en un proyecto que ha ido creciendo y a un ingeniero que impuso un estilo, le dio confianza y les ayudó a recuperar camino a algunos nuestros que parecían haberse desviado y desmotivado. Celebro las banderas de multiculturalidad que inundaron nuestro campo: somos una entidad compuesta de diferentes nacionalidades, credos, acentos e idiomas, pero nos une una sola y por esa se hizo este frente común. Me quedo lleno y desbordado, con el pecho plagado de orgullo, con lagrimas en las comisuras del ojo pensando en lo que para mi padre pudo haber sido esto. Me quedo esperanzado en que esto marque un camino que nos deje mas sendas de triunfo y ese ansiado ADN que exige un Betis campeón. Los eternos minutos acabaron. Hoy me quedo borracho de sensaciones y así como el viejo Casale, dejaré latir “el cuore” por estos colores que nos dieron esta inmensa alegría y ponen fin a un fantasma que nosotros mismos creímos varias veces que no podíamos vencer o superar.

Beticos… somos campeones. No hay más que decir. Lo somos.

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