El debate sobre los errores y logros de la actual directiva del Betis está viciado desde hace años por los intereses espurios cruzados entre accionistas y medios de comunicación, por la tendencia de los españoles a la polarización sectaria y, más recientemente, por ese lodazal en que hozan cobardes escondidos en seudónimos en que se ha convertido Twitter. Sin embargo sería hora de que se discutieran sosegadamente los logros alcanzados y los problemas creados por la actual dirección empresarial del Betis, sin dejarse deslumbrar por el reciente título ni obviar los evidentes avances en lo deportivo logrados recientemente. Un contraste de ideas racional es el único modo de mejorar de cara al futuro.
Ese debate debiera comenzar por un balance de lo conseguido en lo empresarial y lo deportivo. El actual liderazgo del club ascendió a su posición gracias al movimiento para desalojar a Lopera y sus formas arcaicas y autocráticas, y es indudable que el club disfruta de una evidente modernización respecto a esa época. Todos los estratos del club han dejado atrás la cutre cicatería anterior y se gestionan ahora con medios proporcionales a un presupuesto total anual en torno al centenar de millones de euros. En particular, la cantera y la gestión deportiva se han dotado de personal, medios y una dirección racionalizada y actualizada (sí, el big data), y parecen caminar en la dirección correcta para alejarse, en lo posible, de ese viejo mundo de chanchullo y corrupción, lleno de comisionistas y conseguidores, que rodea al fútbol profesional. Los resultados deportivos son solo una consecuencia de todo ello.
No era difícil mejorar las formas loperianas en lo que respecta al buen gobierno y la transparencia, aunque ciertos momentos de sutil uso de medios del club en favor del interés del consejo de administración (algo, por desgracia, nada raro en las grandes empresas cuando se aproximan las juntas de accionistas) ha dejado algunas dudas al respecto. Igualmente ha habido luces y alguna sombra en cuanto a los grandes proyectos de construcción: éxito en Gol Sur, pero congelación sine die del proyecto de cierre del estadio y, sobre todo, de la nueva ciudad deportiva.
Las evidentes causas económicas de esas congelaciones de proyectos nos llevan al aspecto, a nuestro entender, más censurable (y curiosamente menos criticado) de la actual gestión: el endeudamiento. La valiente política expansionista de los primeros años de Haro y Catalán requirió de un riesgo económico más o menos calculado, basado en las expectativas de crecimiento. El club se arriesgaba, eso sí, a que cualquier accidente (deportivo o no) aumentara el peso relativo de esa deuda: no es lo mismo deber 50 millones con un presupuesto de 200 que con uno de 75. Y el accidente llegó en forma de pandemia, cuyas secuelas en el balance del club parece que durarán demasiados años. Por demás sería elogiable (y exigible) de la directiva un cierto esfuerzo pedagógico para que accionistas, abonados y aficionados pudieran conocer la realidad del déficit y la deuda a corto y largo plazo del club, más allá de unos informes económicos anuales (presentados en cada junta ordinaria) que no parece entender ni el común de los contables.
Sería sana una discusión razonada y pública sobre estos y otros asuntos decisivos para el futuro del club, sin sectarismo ni ataques personales. Hasta ahora, por desgracia, poca hay.