Saben ustedes que gusto en esta columna de hablar más de lo divino que de lo humano respecto a lo que significa el Real Betis Balompié. Y es que todo lo que rodea a este club tiene más de volátil e irreal que de aquello que se puede palpar y ser tangible.
Una de las leyendas que acompañan al club de nuestros amores es el “currobetis”, algo que ya suena lejano para los fieles que pintan canas y desconocido para aquellos más jóvenes. Este término fue acuñado por Luis Carlos Peris, una leyenda viva del periodismo sevillano, que lo usó en una crónica sobre el mítico 4-0 al Sevilla en abril de 1980 tras una faena de Curro Romero el día anterior en la Maestranza donde cortó, nada más y nada menos, tres orejas abriendo la gloriosa Puerta del Príncipe. El señor Peris puso a la par esa gran faena con el baño que le metió el Real Betis a su eterno rival.
En principio todo hace pensar que se refería a esa capacidad que tenía el maestro Curro Romero en alternar tardes de gloria con otras tardes en las que daba la “espantá” y debía salir protegido hasta por los nacionales como si fuera Sánchez Arminio en sus mejores tiempos.
A mi parecer la cosa va más allá. Imaginemos la tarde de toros perfecta, una temperatura agradable, sin rachas de aire que molesten en el manejo de los trastos, la plaza llena rebosar, el público optimista y con ganas de ver un buen espectáculo. Suena el pasodoble y salen los toreros de punta en blanco con vestidos de estreno. Se respira admiración y respeto, ya dan ganas de sacar los pañuelos, Curro se encaja la montera, la puerta de toriles se abre y sale un morlaco precioso que no hace cosas raras, todo el mundo piensa: “hoy tenemos puerta grande». Pero entonces a Curro se le tuerce el gesto y se mete el índice entre el cuello y la camisa, se atusa el corbatín, traga saliva y dice “esto no se puede torear” y se acabó lo que se daba. Pues eso es el currobetis, un estadio lleno, un público entregado, un rival asequible, una plantilla compensada y cuando empieza a rodar la pelota se arma el pitoste padre y el Betis mete la “espantá”, se produce la tormenta perfecta y todo se va literalmente “al carajo”. No tiene explicación posible, los astros estaban alineados para disfrutar de un triunfo pero sales con ese sabor agridulce que deja el Betis, te entran ganas de matarlo pero al mismo tiempo estás deseando volver a verlo porque en el siguiente partido se puede destapar el tarro de las esencias y vuelves a vivir una tarde mágica en el Benito Villmarín. No hay más, eso es el currobetis.
