Mi compadre Pepe era socio del Betis desde antes de ser bautizado pero Pepe se enamoró hasta las trancas de una sevillista y es que el amor no entiende de colores, algo por otra parte más que habitual en nuestra ciudad. Pepe era tan bético que comía espinacas con tal de cagar verde pero el amor es como un bosque al que no se le pueden poner puertas. Tras un tiempo pelando la pava llegó el día de “pedir la puerta” como se dice en algunos lugares, la muchacha le había avisado con antelación de la gran pasión del padre por el equipo vecino, así que Pepe se preparó para conocer a Don Antonio, el suegro palangana.
El futuro suegro abrió la puerta y lo primero que vio Pepe fue una medalla de oro con el escudo del Sevilla que brillaba más que el diente de oro de un rumano dándole el sol de cara, después le dio un apretón de manos diciendo “que pasa criatura”, “será hijo de puta el nota” pensó Pepe pero con una sonrisa en la cara. Entró en el salón y aquello parecía un museo del Ramón Sánchez Pizjuán, había una foto del estadio más grande que El Guernica de Picasso, una réplica en 3D de una copa de la UEFA, un cenicero del Sevilla y hasta un sofá rojo putón con tapetes blancos. Mientras Pepe observaba tal esperpento se le acercó el suegro con un botellín helado de Cruzcampo (todo no iba a ser malo) y le soltó “bonito salón verdad, no me queda hueco ni para un Carranza, criaturita”, el pobre Pepe pensó “no me quea ná que aguantar hoy…”.
Lo peor estaba por llegar, con los nervios de esa semana Pepe llevaba tres días sin dar de cuerpo, se le descompuso el biorritmo bético y un sudor frío le recorrió el espinazo. Tenía a Hamilton en la pole y la tortuguita empezaba a asomar la cabeza, “quilla, que me cago”, “no será pa tanto Pepe” le dijo su novia, “que me jiño de verdad hostias”, así que le indicó el baño y allí que se fue Pepe apretando el ojete para soltar lastre. Al entrar se le puso peor cuerpo, todo el aseo alicatado en rojo y blanco con escudos del Sevilla, se sentó y soltó un mojón como un brazo de gitano del Costco, aquello era Shaquille O’Neal colgado del aro, una monstruosidad. Cuando fue a limpiarse vio que el papel higiénico era blanco con pequeños escudos del Betis, “tus muertos tos, encima esto, no es mamona el nota” pero la tragedia fue mayor cuando pulsó la cisterna y no se iba aquello, su novia le preguntó si estaba bien, “¿bien? ¡mis cojones béticos!”.
Tenía que partir aquel zurullo, así que agarró el cepillo de dientes de su suegro y le metió con más saña que el “picaó” de Curro Romero a un Miura hasta que pudo trillar el monstruo.
Cuando acabó la comida Pepe se despidió con educación, había recibido la bendición del suegro y al cerrarse la puerta le escuchó decir “Mari, voy a lavarme los dientes”, Pepe se miró en el espejo del ascensor y sonriendo pensó “Antoñito disfruta del postre y por mis muertos que algún día te daré un nieto bético”.