Se nota que voy cumpliendo años y el paso inexorable del tiempo hace que surja de mí una sensación de nostalgia al recordar el fútbol que veía hace más de 30 años. No me refiero solo al fútbol como deporte en sí mismo, también a todo lo que le rodeaba, es por ello que voy a intentar describir hoy como era un partido del Real Betis Balompié en su estadio en los años 80, qué tiempos aquellos cuando el fútbol era fútbol de verdad y se jugaba un domingo a las 5 de la tarde como Dios manda.
El ambiente alrededor del Benito Villamarín era maravillosamente familiar, aunque con la diferencia de que acudían muchísimas menos mujeres, padres e hijos llegaban a las inmediaciones de Heliópolis en medio de un ordenado caos circulatorio que permitía aparcar hasta casi debajo de las porterías. No era tan habitual como ahora llevar puesta la camiseta del equipo, al menos en los adultos, pero sí en los más pequeños por si caía la breva de poder saltar al terreno de juego para hacerte la típica foto con Cardeñosa o Gordillo. Lo que más abundaba en el Villamarín eran las banderas, que acabaron extinguiéndose con las leyes de seguridad en el fútbol, y empezó a extenderse el uso de las bufandas (sobre todo en Gol Sur). Ya por aquel entonces la calle Tajo y aledaños era un hormiguero de béticos haciendo la previa. Una cosa que no le faltaba a ningún aficionado bético en su bolsillo era un pañuelo blanco pues cuando se marcaba un golazo era ley no escrita sacarlo y sacudirlo en el aire como si se estuviera en la Maestranza pidiendo las dos orejas y el rabo por una faena grandiosa. Eso de cantar un himno al saltar el equipo al terreno de juego no se hacía pero si había una fuerte ovación y palmas para esos futbolistas que defendían tus colores, no tenían tatuajes ni peinados estrafalarios, tampoco cuerpos súper atléticos y físicamente eran tipos muy heterogéneos, algunos eran fuertes tirando a gorditos, otros delgados, también los había desgarbados, hombres con mucho bigote, pelo en el pecho y muy poca tontería.
Lo que más sonaba en el estadio eran las palmas por sevillanas, algo que nos diferenciaba de cualquier otra afición de España (salvo nuestros vecinos claro) y por supuesto se insultaba mucho a los árbitros que eran igual de malos que ahora pero en rechoncho y con cara de director de sucursal bancaria.
Eran tiempos en los que se apreciaban mucho los pequeños detalles, los destellos de arte sobre el campo, pinceladas que se comentaban luego como quien describía ese natural que había dado Curro Romero en una de sus faenas aunque la cosa acabara en desastre al final.
Qué tiempos aquellos en los que el fútbol era fútbol de verdad y se jugaba un domingo a las 5 de la tarde como Dios manda.