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Opinión

Yo confieso

La felicidad en el Betis empieza a ser una cuestión de fe

Carlos Fernández marca un gol ante el Betis.
Carlos Fernández, batiendo a Joel en el 0-1. Fuente: Granada CF.

No es propio de la sociedad moderna (y menos, del periodismo contemporáneo) hacer una reflexión desde un esquema litúrgico, teniendo en cuenta el anticlericalismo imperante a día de hoy, pero creo que, con objeto de hacer esta lectura algo original, y dada mi posición de creyente y practicante, es una licencia literaria que me puedo permitir.

Algunos jugadores del Betis, con sus teléfonos móviles. Foto de eldesmarque.com

Y, al comenzar la ceremonia, uno de los primeros elementos es la reflexión del pecador sobre sus fallas pasadas.

Yo confieso, ante ustedes mis lectores, haber defendido hasta extremos casi irracionales a la directiva actual del Real Betis Balompié, y, con más ahínco si cabe, a Haro y Catalán. Yo confieso haberme sentido incluso incómodo en la guarda de determinadas posturas políticas de nuestro club, creyendo que la estabilidad era lo mejor para un crecimiento sostenido. Yo confieso haber creído en Setién cuando pocos quedaban que aún mantuvieran esa fe. Yo confieso haber tenido más de una discusión acalorada sobre estas cuestiones, tanto en la grada como con mis amistades. Yo confieso haber mantenido conforme mi conciencia en la trinchera de la tranquilidad, y la creencia de que, a pesar de elementos externos que no aportaban sino inestabilidad, se estaban haciendo las cosas. Qué cojones, yo confieso haber estado de acuerdo con cosas con las que muchos de ustedes tendrían cuarto y mitad de infarto de miocardio.

Me veo obligado a confesar mis pecados por el hecho de que, dado el panorama ante el que nos hallamos, mi pérdida de ilusión es casi absoluta. Ya no por una actuación defectuosa, por elecciones desacertadas o, en definitiva, por una mala gestión. Lo que más me puede tocar a mí las narices, y lo que me lleva a escribir estas líneas, es la desidia reinante en la planta noble del Benito Villamarín. La pereza, el melapelismo por bandera. Yo no quiero la vuelta de Serra, y menos viendo el papelón que ha hecho en los medios estas últimas semanas. Pero el señor de Mallorca, estoy más que convencido, habría acabado con la garganta como un escosbrite tras el derbi del jueves pasado. Que repito, no es por la mala acción (en este caso, perder los partidos que sean). Es ver el otro día a Carvalho, Juanmi o Javi García (entre otros) con la cabeza metida en el móvil mientras el Granada te pinta un Picasso en el rostro.

¿Dónde están la intensidad, el compromiso y demás virtudes cuyas ausencias se achacaban a Setién y que supuestamente brillaban en el caso de Rubi? ¿Dónde está la sangre? ¿Por qué Alexis está contemplando la escena como un pasmarote, en vez de decirle a William que para comprar modelitos de rapero venido a menos en Amazon hay otro momento? ¿Por qué nadie le dice a Bartra (que vaya telita el rendimiento de Bartra de un tiempo a esta parte, que esa es otra) que las declaraciones exculpatorias del derbi podía habérselas ahorrado? Porque la desidia, amigos míos, además de lamentable, es más contagiosa que la COVID-19. O si no, vayan al Estadio y comprueben el descenso de decibelios que ha sufrido la animación estas últimas temporadas. La ilusión mueve el empuje, el empuje ayuda a echar los pulmones en todas y cada una de las parcelas que componen el Real Betis Balompié y cualquier entidad. Sin ilusión, sin sangre, no hay nada.

Así que ese es el tema, confieso que algunos de los puntos de vista respaldados en el pasado por mi persona han sido erróneos. Pero ojo, si caigo yo, aquí cae todo el mundo. Yo no voy a subirme al patíbulo solo ni mucho menos, y tengo metralleta para todos. Porque, como me ha molado la retórica confesoria, voy a continuar con ella. Y me encantaría ver cómo muchos de los que hoy se erigen en adalides de beticismo e integridad a ultranza admiten que se han movido por intereses personales, o por el simple hecho de llevar la contraria. Porque igual que creo que muchas cosas se han hecho bien, yo soy capaz de admitir que otras han sido una hecatombe. ¿Sois capaces los de la trinchera de enfrente de reconocer que la crítica irracional e infundada ha inspirado muchas de vuestras quejas? Es más, ¿tenéis lo que hay que tener para confesar que no es la defensa del Betis sino vuestro odio y vuestra inquina personal hacia Catalán, Setién y demás caídos en desgracia, lo que os impulsaba en vuestra cruzada? Me encantaría ver cómo salís a una tribuna pública a gritarlo, mientras me casco un copazo y cuenco y medio de palomitas. Aunque, conociendo a determinados sectores de nuestra afición, creo que tardo menos cultivando yo mismo el maíz para las respectivas.

Yo confieso que estoy hasta las narices de todo y de todos. Que quiero que se acabe ya la temporada, y que creo que lo vamos a pasar mal para salvarnos. Y que, realmente, la felicidad en el Betis empieza a ser, precisamente, una cuestión de fe. Porque nada ni nadie nos garantiza que el año que viene no vayamos a acabar igual de cabreados. Entretanto, yo la semana pasada llegué al dinero suficiente para el carnet del año que viene. Es la contradicción que nos caracteriza, supongo.

Un saludo

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