Era cuestión de tiempo, un hecho al que solo faltaba adjudicarle una fecha concreta y ocurrió este pasado lunes tras la finalización de la trigésimo cuarta jornada del Campeonato Nacional de Liga. El Betis se queda matemáticamente sin opciones de disputar competición europea el próximo curso. Una temporada más, objetivo incumplido.
Lo que fue calificado como fracaso por el propio presidente, tuvo su confirmación a principios de semana y requiere de un profundo análisis interno. Autocrítica en lugar de poner paños calientes o escudarse en factores externos como las actuaciones arbitrales, que vuelven a estar en el candelero por el esperpéntico papel del colegiado Pablo González Fuertes en Balaídos. El Betis es un club que carece de peso en los principales estamentos del fútbol nacional y el arbitral no iba a ser una excepción. Justo o no, esa debilidad se percibe y la convierte en un factor clave para decantar la balanza a la hora de tomar cualquier decisión.
A mediados del mes de diciembre del pasado año, Ángel Haro presentó su dimisión como miembro de la junta directiva de la Real Federación Española de Fútbol, coincidiendo en el tiempo con una queja por parte del club a través de sus medios oficiales en referencia a la actuación arbitral durante el partido disputado en el RCDE Stadium frente al Espanyol. El presidente alegó que no se trataba de una decisión relevante ya que el club seguía bien representado tanto en Liga como en Federación. Nada más lejos de la realidad a la vista de los acontecimientos acaecidos durante todo este tiempo. Todo acto de presencia suma.
El Betis debería dejar a un lado definitivamente ese cartel de club complaciente para proyectar una imagen de solidez en todas sus áreas, con personal experimentado también en las oficinas y en contacto directo y permanente con cualquier estamento futbolístico que se precie. El primer paso para ser respetado es respetarse a sí mismo, por ahí habría que empezar.