Injusto y cruel. Ayer se volvió a cebar con nosotros el fútbol, volvió a dejar nuestros sueños en la cuneta y nuestro esfuerzo en ese sitio en el que acaban todas las cosas que son demasiado bonitas para que pasen. Injusto y cruel por tener una miel en los labios que habíamos sacado nosotros del panal, por haber construido un puente hacia una victoria que se desvaneció, por haber cortejado a la fortuna y que la muy zorra nos volviera a dar la espalda. Injusto y cruel por el guion, por la forma en la que se sucedió la obra, por esas dos tarjetas amarillas que se perdonaron sabiendo que debieron mutar en rojas. Injusto y cruel por todos y cada uno de los gladiadores que saltaron a morir al campo y que no solo le plantaron cara, si no que fueron superiores al Athletic.
Injusto y cruel, ya. Pero es que así es la vida; injusta y cruel, despiadada e irónica, ácida y desagradecida. Así de hija de puta es. Le dedicas tiempo al examen y suspendes, te curras la cita y no mojas, te despiertas temprano y acabas llegando tarde, te arreglas y justo antes de salir se te incrusta un lamparón en la camisa. Por mucho que digan los expertos motivacionales, a veces no basta con el esfuerzo, la entrega y el sacrificio. Desafortunadamente, este mundo es tremendamente arbitrario y está sujeto a un capricho que nadie logra entender. Merecer no significa tener, rozar no significa alcanzar, luchar no es sinónimo de ganar.
Pero así es la vida, y así es el Betis, que viene a ser la vida en su versión más pasional. El Betis no puede perder de una manera normal, porque el Betis es algo genuino, algo que está sujeto a lo primario, al sentimiento más desgarrador y hermoso del mundo. A la sinceridad sin tapujos, al fracaso sin merecerlo. Hay maneras y maneras de morir, y ayer el Betis murió de la manera más elegante; con las botas puestas y luchando.
Antes de pensar en la derrota, pienso en Canales y en todas las noches de gloria, puntos y sonrisas que nos ha regalado, pienso en Ruibal desviviéndose por cada balón, en Guido batallando hasta con su sombra, en Fekir retorciéndose de dolor en el suelo, en Miranda secando a Raúl García, en Mandi y en Víctor Ruiz fajándose con las torres vascas. En definitiva, pienso en todos los que ayer se dejaron la piel para hacernos felices, en los que honraron a un escudo que pesa mucho, los que se dejaron un pedazo de alma en el césped. Las derrotas más angustiosas son las que se han peleado hasta la saciedad. El Betis te prepara para la vida, para su cara más bonita y hermosa y para su cruz más triste y desoladora.
No puedo parar de pensar en que después de lo de ayer, ha salido una nueva camada de béticos a los que sus padres por la noche mientras los abrazaban y les quitaban las lágrimas de los ojos, les decían al oído: “Esto es el Betis”. Unos nuevos béticos que ayer probaron de primera mano el amargo sabor de la derrota, unos chavales que ya lucen en su piel el tatuaje del manquepierda. Esa nueva generación de sufridores que nace al amparo de las lágrimas de Miranda, que ayer lloraba de impotencia, como todos y cada uno de los que estábamos en casa petrificados en el sillón.
Duele, pues claro que duele, pero es que eso es el amor. Puñal y espina, llanto y latido. Duele, pero queremos que nos duela juntos, sanar las heridas y cargar las balas de este cañón. Duele, pero es un dolor orgulloso, de los que se manifiestan con la barbilla al cielo y con la mandíbula apretada. Duele, pero duele menos porque sabemos que volveremos, porque esto no acaba aquí, porque el Betis es eterno. A por el Barça.