Un análisis bufandero, de barra de bar o tribunero puede pecar de ser sectario, de dejarse llevar por el calor del momento o por los sentimientos. Podrá decir que el Betis hizo un partidazo y que no mereció perder. Pero un análisis periodístico debe escapar de todo tipo de adulaciones facilonas y de catalogaciones más propias, como digo, de barras de bar. En eso creo y a eso me debo.
Por pura probabilidad, “el petardazo” del Real Betis estaba más cerca que nunca. Cuatro victorias seguidas es algo que se ve muy poco por estos lares y los de Pellegrini parecieron preferir cavar su propia tumba a luchar contra el estereotipo de equipo que “la caga” cuando menos tiene que hacerlo. Y así fue. A los veinticinco minutos el Deportivo Alavés, penúltimo en la tabla y el equipo que menos goles había metido hasta la fecha, ya llevaba dos tantos en su marcador. Los regalos de la casa volvieron al Villamarín y todo se ponía demasiado cuesta arriba como para creer en una más que remota remontada. Dos goles evitables, dos goles que eran dos regalos, dos goles que tiran por tierra toda preparación del partido. Las desconexiones a las que hacía alusión Pellegrini no hace mucho tiempo. El primero, una falta tonta de Sidnei al borde del área de esas que se pitan ahora porque el codo del brasileño está a la altura de la nuca del rival. Joselu dispara fuerte, Emerson está mal colocado, Joel ni la huele y 0-1 para los de Vitoria. Demasiado fácil. A los diez minutos, un centro desde la banda en una salida rápida del rival la remata Édgar Méndez gracias a que Miranda se resbala cuando puede incomodar al rival y Joel, debajo del larguero, ni hace por intentar evitar el gol. Mala suerte, sí, pero la pasividad defensiva del Betis para que no se llegara a ese centro sencillo y remate igual es de órdago.
El Betis en la primera parte solo tuvo una buena noticia: Nabil Fekir. El francés estaba en todas. Era quién sacaba la pelota desde atrás, quién servía de apoyo a los jugadores de banda, quién intentaba disparos fuertes desde fuera del área y quién forzaba faltas y jugadas verticales cerca del área. Hoy el Alavés también se encerró atrás, pero la actitud y ritmo del Betis fue más y mejor que ante Getafe y Cádiz, lo que demuestra que esa teoría no sirve absolutamente para nada. Juanmi, hoy como nueve, estuvo muy participativo, pero cuando pudo embocar a gol se encontraba siempre con piernas, espaldas y culos de jugadores rivales. Solo Guido, desde muy lejos, inquietó a Pacheco con un disparo que se marchó por poco. El Betis daba la sensación de que podría marcar uno, dos, tres o cuatro goles. Pero era solo eso: la sensación. Pacheco se fue al descanso sin trabajar demasiado.
Tras la reanudación, Pellegrini introdujo a Borja Iglesias y Joaquín en el campo por Ruibal y Guardado, dos jugadores que pueden aportar poco cuando se trata de abrir defensas. El Betis no logró cambiar el signo del partido y podríamos incluso decir que el demérito fue más del Alavés por no ser capaz de guardar las espaldas y mantener a raya a los atacantes béticos. La posesión se repartía e incluso el Alavés seguía generando peligro por banda. El nerviosismo de la defensa bética era latente cada vez que Pellestri, Édgar o Joselu armaban las contras con velocidad.
Y llegó la jugada del penalti. Fekir, más listo que nadie, se adelanta al defensor que cae en la trampa y le da la patada al francés. El truco más viejo de la historia pero al que solo los pillos es accesible. Borja Iglesias, que hasta entonces había aparecido poco, lo transformó apurando al máximo por alto. Imposible para Pacheco. Había vida y había partido. Juanmi tuvo un mano a mano con Pacheco pero en vez de tirar, buscó un pase que acabó en las piernas de un rival. Pellegrini dio entrada a Tello y William Carvalho. El Alavés cada vez salía menos del área y el Betis seguía forzando la maquinaria defensiva rival con un ritmo intenso con las incursiones por banda, sobre todo de Emerson, quién se entendió a la perfección con Joaquín y Fekir. De un córner llegaría el empate. La pone Canales al corazón del área y Joaquín, como si fuera Lewandoski, la cabecea allí donde Borja Iglesias puso el penalti unos minutos antes. Empate consumado y partido por delante. Había que ganar.
El Alavés se tiraba de los pelos pero no se amilanó. Buscó la presión alta y al Betis se le seguía notando nervioso. Era cuestión de tiempo que la calidad imperara y desequilibrara la balanza. Apertura de Borja Iglesias, Emerson la pone y el Panda, de un testarazo, rompe la red y culmina la remontada en el 88’.
No hubo tiempo para mucho más. El Betis tiró de orgullo, calidad e intensidad para hacer lo que hasta hace poco era imposible. Pellegrini le ha cambiado tanto la cara a este equipo que, pese a que el rival fuera un regalo en defensa, acabó con el tan manido mantra de “si el rival se te encierra es muy difícil”. Pues no lo era tanto, oye.