Tras cinco empates consecutivos, el Real Betis de Pellegrini visitaba el José Zorrilla en busca de volver a la senda de la victoria y continuar en la pugna por la Europa League. En un once sin sorpresas, los verdiblancos partían con Guido junto a Guardado, Canales con Ruibal por fuera y Nabil Fekir enganchando por detrás de Borja Iglesias.
La primera parte refleja a la perfección lo que podría ser un partido de pretemporada: desgaste físico, ida y vuelta, desorden, desorganización y muchos metros entre líneas. Ninguno de los dos equipos dominó ni controló la situación. Un tira y afloja, un intercambio de golpes constante. Es extraño a estas alturas de temporada no apostar o no ser capaz de mantener el control del partido mediante la posesión. Asimismo, en ese intercambio de transiciones ninguno de los equipos fue capaz de ser determinante arriba: errores en el último pase, jugadas mal resueltas… un primer tiempo de gran desgaste físico.
En el segundo asalto, el Betis concreta una buena acción al contragolpe para adelantarse en el marcador. Tras esto, domina por completo: gana duelos, roba muy arriba, llega en superioridad, genera ventajas… ¿Dónde está el problema? En que no logra concretar arriba. No tiene el colmillo afilado para sentenciar el partido, no definió las ocasiones que generó. Lo tuvo ahí, en esos 15 minutos, para sellar la victoria. Y esto es la élite; quien perdona lo paga. No valen los titubeos, las dudas, las especulaciones… si no aprovechas tus tramos de partido te hacen pagarlo. A raíz de esto el Valladolid comenzó a tener más balón y acaba empatando en una jugada en la que Fekir debió seguir a Lucas Olaza.
Un último tramo de partido donde los verdiblancos pecaron de espesura en circulación y de poco acierto en metros finales. Malas sensaciones sobre todo por una primera parte realmente floja y una segunda en la que, por dinámica, aspecto físico o mental, no fue determinante de cara a portería. La lucha por los puestos europeos, gracias a los resultados de los rivales, continúa al rojo vivo.