Me resulta a veces difícil -por no decir imposible- separar la cabeza del corazón e hígado. Como cualquier otra persona, tengo mis ideas pero tampoco soy ajeno a la respuesta del entorno. Esa capacidad humana casi reptiliana de supervivencia que nos hace estar alerta de los ataques constantes, se transforma después en una fuente inagotable de ansiedades y enojos.
Digo todo esto por la serie de cosas que a veces nosotros los béticos derrochamos sin empacho por las redes y columnas. Irónicamente las opiniones externas me importan lo que la nieve derretida en Budapest en 1952, pero las nuestras, cuando vienen de dentro, calan el doble. Permítanme explicar lo que quiero decir:
Los primeros 10 minutos del segundo tiempo que ha hecho el Betis en el pasado juego en contra del Espanyol, son para verse en bucle y empacharse de gozo. La conexión, el toque, la alegría. El nivel de entendimiento y la inmensa creatividad me regalaron hasta carcajadas de euforia. Pero esa sombra densa que a veces nos acecha, la mala fortuna de la que se habla y que a veces pareciera que es cierta, nos lleva a no ganar el juego y encima en tiempo de reposición. En el Betis se sufre hasta el 93. O hasta el 98 a veces.
¿Fue riguroso el arbitro? ¿Si no hubiera habido sangre, la decisión cambiaba en algo? Puedo formular cien teorías y culpar a cien personas. Siempre tendremos a quien señalar y a quien atribuirle esa suerte con mala cara incapaz de sonreírnos. Lo que no cabe es el fatalismo y la impaciencia. No lo merecen.
A veces me pregunto ¿hasta donde estamos listos para gozar? Pareciera a veces que hemos nacido con una condena que lo prohibe. Sí… Parte de la mística de este equipo es levantar llamaradas de fuego furioso de entre las cenizas. Somos como una comuna casi Calvinista condenada al sufrimiento terrenal para luego tener la eternidad en el paraíso, cuando realmente el paraíso lo vemos más seguido de lo que creemos, pero es más fácil.
He leído cualquier cantidad de comentarios que me han cimbrado mis cimientos béticos, inclusive con incomodas preguntas. “Los que pitan a los 25 minutos y aplauden al 38, les queda grande eso de “la mejor afición del país”. Coincido por completo, pero hubo una que me dejó un poco más helado: “¿Vosotros os creéis que si hubiera habido público, Pellegrini habría terminado la temporada?” Las respuestas a la pregunta iban y venían, pero no deja de ser un reflejo cuya imagen no gusta nada. Hay hasta cierta consciencia o aceptación de habernos convertido en ese ser insoportable que pita y chilla cuando en realidad tendríamos que apreciar mucho más lo que nos pasa. Caso Joaquín por ejemplo… tanta ingratitud e injusticia. Puede o no gustarte lo que hizo, pero tampoco merecía mucho de los comentarios que se leyeron de entre los nuestros. Al final del día, ese eterno capitán nos ha dado muchísimo más cosas que solo eso y no me importa lo que haga con su vida, me importa más lo que le ha dado a la mía a través de muchos momentos. Reducirlo a eso, parece argumento del vecino de enfrente. Así no.
En resumen: se que esta temporada será diferente. “Vamos a gozar este año” acusaba mi amigo Urbano Blanes, bético exiliado en Madrid con quien comparto el apunte. Confío en la plantilla y además en el ingeniero. Cada quien lo vivirá como le convenga y bajo sus propios traumas y vivencias. Yo por lo pronto me niego a reventar a mi propio equipo. No me comportaré como una foca aplaudidora tampoco, no se trata de eso, pero el olfato de escualo buscando sangre se ve en cada juego. Hay actitud, mucha sed. Hay identidad y “algo bueno tiene que pasar” decía la banda de ska argentina Satélite Kingston. El domingo me quedé con una sensación agridulce. Claro que me dieron ganas de lanzar la pantalla por la ventana, pero el enojo, al menos en mi caso no era contra los nuestros pero contra la maldita circunstancia. Inmerecido empate, pero si bien no se trata de merecer y lo que cuenta son los puntos sumados, la sensación me dio cierta tranquilidad y además esperanza.
Al margen: Que ilusión da Bellerin. Espero que la pinta de Peaky Blinder corresponda a la letalidad frente al arco.