La Contracrónica, de Alberto Pintado
Parecía un día normal, aunque sin el mando de la consola entre nuestras manos. La afición estaba en casa, pero la televisión nos enseñaba unas mantas agolpadas en las gradas del Sánchez-Pizjuán dispuestas a alentar virtualmente a los 22 jugadores que corrieron por el césped tres meses después. Era la crónica de una muerte anunciada de un equipo perdido, al que la táctica no le salió ni con decencia y que se vio superado por un maremoto tremebundo de veneno pasional que se llevó el derbi sevillano por méritos propios.
El Betis saltó al campo de su eterno rival con un complejo inherente a él desde el inicio de esta temporada. Un tono de inferioridad ante casi cualquier equipo que un conglomerado como el sevillista no perdona. Y es que el vendaval rojiblanco fue incesante desde el pitido inicial durante casi 20 minutos, con un Betis que las veía venir condensado en su propia área. Ni Álex Moreno ni Bartra ni tan siquiera Sidnei tenían claro por dónde llegaban hacia su meta los sevillistas, encañonando a un Joel sobrepasado y asustando por momentos a la escuadra de Rubi.
Mateu fue la hoz definitiva que eliminó la escasa esperanza mantenedora del ánimo bético
El papel protagonista lo sostenía el Sevilla y lo defendía con argumentos deportivos, mientras que el Betis rezaba por que Fekir, en la lejanía de la cancha, hiciera una de las suyas como ante el Celta para cambiar bruscamente las tornas de la historia. Pero era imposible para un talentoso que estaba más cerca del banquillo que de su zona de influencia. Mientras, el Sevilla seguía engalanándose en un derbi sevillano atípico, pero jugado en Nervión casi por un solo equipo.
Ni el descanso hizo despertar al Betis, que incluso parecía haberse adormecido tras la charla táctica de Rubi en el vestuario. El Sevilla era un martillo pilón, que demolía las pocas esperanzas del Betis a golpe y porrazo y sin parar de llegar. La hoz que cercenó el optimismo verdiblanco estaba destinada a llegar, sacando los brazos a pasear en un contexto en el que el perdón y la clemencia no suelen aparecer. Desde Argentina y sin amor, el primer tanto llegó al partido cortando de raíz los deseos verdiblancos de sobreponerse a la inferioridad.
Y poco duró, incluso, la estupefacción, con una muestra —otra de las tantas ya vividas— de la ineficacia defensiva de un Betis que vaga como náufrago abandonado por las aguas más oscuras del planeta. Fernando se encargó de dotar a media Sevilla de felicidad y de hundir a la otra en la más fúnebre decepción en otro derbi sevillano con Nervión como vencedor. El coliseo rojiblanco se alzó con una victoria que ni los mejores minutos del partido béticos, ya en el último cuarto del encuentro, pudieron siquiera dar una sonrisa muy necesitada a la afición más quemada de España.
Ni Damião ni Borja Iglesias parecen poder cambiar un sombrío panorama que atañe al Betis casi desde que es Betis. Hoy no hay motivos para sonreír en La Palmera y los nombres solo son letras juntas que no tienen ningún valor. El sentimiento de perder otro derbi sevillano más no cesa y las tornas, esas que en la historia pocas veces han cambiado, deben estar cerca de volverse para que el futuro no sea tan lúgubre como el museo.