El FC Barcelona de Ronald Koeman está condicionado por un esquema inamovible para el míster: el 4-2-3-1. Es un proyecto, en líneas generales, que aún está muy verde. Está falto de continuidad, de regularidad, de sumar de 3 en 3… no llega a transmitir total fiabilidad. Y es algo natural, teniendo en cuenta la crisis institucional de los culés. Un problema que, lógicamente, se extiende al terreno de juego.
Desde ese 4-2-3-1, define los roles de forma claro: dos laterales largos (Alba + Dest), un pivote posicional (Busquets) acompañado de un interior más móvil (De Jong), una línea de tres mediapuntas (Pedri, Griezmann, Coutinho, Fati…) y Leo Messi como falso punta. Esto último es lógico teniendo en cuenta la desactivación del argentino en fase defensiva; no participa en la presión.
Por pura calidad y perfil de jugador, los de Koeman quieren ser un equipo propositivo. Poseer el balón, imponer el ritmo de partido, juntar jugadores por dentro para romper por fuera, presionar tras pérdida… y esto último le viene costando. No está siendo capaz de presionar en bloque. Sus rivales están transitando, contragolpeando, saliendo con muchos espacios, generando superioridades por fuera… y ahí los culés sufren mucho.
Cuando los azulgranas no logran controlar el ritmo del partido, lo pasan mal. Les cuesta. Si su rival logra agilizar el ritmo, cambiar la orientación del juego, circular con rapidez y llevar la iniciativa, los de Koeman no logran reestablecer el control del partido.
Es un equipo con muchísima calidad, de muchísimo nivel, pero que aún tiene dificultades en algunas facetas del juego. Si a esto le sumamos los problemas de cara a puerta de sus delanteros, nos queda un equipo que únicamente ha sumado 2/12 en los últimos enfrentamientos.