Rubi ya es historia en el Betis. La apuesta de Haro-Catalán para el timón de la nave verdiblanca post-Setién se ha traducido en un fracaso de proporciones bíblicas, que veremos si el relevo made in Heliópolis consigue maquillar en el último tramo de la temporada.
¿Se equivocaron los mandamases de la Palmera al depositar su confianza en el técnico catalán? No creo que haya nadie que argumente lo contrario. ¿Ha sido su despido una decisión fuera de tiempo, siendo ya casi imposible el objetivo de ocupar plazas europeas? Todo apunta a que sí, al igual que tampoco se acertó en el timing de la sentencia a Setién.
El mandato de Haro y Catalán no es ni mucho menos un fracaso: el nivel de la plantilla se mantiene elevado año tras año (sí, amén de resultados, es indudable que por nombres el equipo debería estar situado entre los 10 primeros), económicamente se ha crecido y la cantera y el resto de secciones van cumpliendo objetivos.
Lo que sí se percibe en la trayectoria de la actual directiva al frente del club verdiblanco es un denominador común a la hora de tomar decisiones con respecto a los integrantes del banquillo. Ahí están los números: el fatídico mes de febrero de 2019 debió suponer un punto de inflexión en la carrera de Setién en el Betis. Se confió en el técnico cántabro a pesar del fracaso en Europa League, el indolente papel en semifinales de Copa y la inoperancia del equipo en Liga, cuya deriva se vislumbraba desde dicho mes de febrero para al final acabar ganando apenas tres partidos entre las jornadas 23 y 36. El final lo sabemos todos.
Este año, con las mismas sensaciones y la misma distancia entre resultados y expectativas/calidad de la plantilla, se ha cometido el mismo error: el exceso de confianza en un cuerpo técnico cuestionado desde principio de temporada por la escasez de victorias, el estilo de fútbol inocente y previsible y la extrema fragilidad defensiva. El resultado: otro año para el olvido, con alegrías a cuentagotas y más sombras que luces.
Para llegar a ser un equipo competitivo no vale con echar el resto y tirar de cartera para fichar a excelentes jugadores como Fekir, Borja Iglesias o Carvalho, hace falta ser ambiciosos en todas las parcelas, empezando por el entrenador. El fichaje de Rubi nos sorprendió a muchos -qué lástima que no nos equivocamos-. A la mayoría de béticos nos costaba entender que el elegido para capitanear el ilusionante proyecto del Betis 19/20 fuera un entrenador con dos descensos en su haber y cuyos mayores logros hasta el momento habían sido un ascenso con el Huesca y una clasificación europea in extremis con el Espanyol.
Es necesario apostar de verdad por un entrenador de garantías. El principal objetivo de la planificación para la temporada que viene debe ser un técnico contrastado, con liderazgo, trayectoria y sobre el que no pese la responsabilidad de dirigir a un equipo que aspira a lo más alto. Ya basta de experimentos en el banquillo con entrenadores de media tabla cuando en el campo tienes jugadores de Champions. Y, si no cuaja, que no tiemble la mano a la hora de buscar un sustituto. La ambición empieza por el banquillo. No debería pasar una tercera vez.