Pepe “el timimi” había nacido en 1920 y sus primeros recuerdos lo transportaban a aquellos partidos que se jugaron en el campo del Patronato Obrero. Allí acudía con su padre a ver el Betis. Era tal su pasión por el fútbol que siendo un chaval empezaron a apodarlo como a su jugador favorito: el canario Pedro González Sánchez “Timimi”. Ni siquiera la Guerra Civil consiguió quebrar aquella devoción por el equipo de las trece barras y aunque aquel jugador dejó el equipo, Pepe se quedó con ese mote hasta el final de sus días.
No dejó nunca de seguir fielmente al Betis y no le importó recorrer con su equipo esa larga travesía por el desierto que supuso el periplo por la Segunda y la Tercera División hasta volver de nuevo en los años 50 a la élite del fútbol español. Cuando empezó a llevar a su hijo al Betis y éste le preguntaba contra quién jugaba, Pepe “el timimi” siempre le contestaba lo mismo: “¿Y eso que más da? Vamos a ver el Betis, niño”. Los disgustos se le pasaban rápido y volvía contento como quién venía de echar un paseo con la novia por el parque María Luisa. Él tenía dos amores: su familia y el Real Betis Balompié, para lo bueno y para lo malo.
Hace apenas una semana, Pepe “el timimi” estaba en el dormitorio de la residencia, se había quitado el pijama para vestirse y vio reflejado en el espejo esa vieja medalla de plata con el escudo del Betis que le regaló su mujer en 1958 cuando regresó el equipo a Primera División. La acarició con los dedos y recordó a un joven Luis Del Sol corriendo con el balón pegado a la bota. Abrió el cajón de la mesita de noche y vio la vieja caja de puros donde guardaba como oro en paño los carnés del Betis. Estuvo un rato ojeándolos con nostalgia y los volvió a guardar. Se puso la mascarilla y salió a dar su pequeño paseo diario. Él mismo eligió aquella residencia en Heliópolis al lado de su segunda casa, el estadio Benito Villamarín. Llegó hasta la esquina y observó durante un largo rato el campo del Betis, lo suficiente para notar de nuevo esa misma sensación de felicidad que había sentido desde que era un niño. Luego volvió a la residencia, cenó y se fue a dormir.
Al día siguiente Pepe “el timimi” no despertó, lo encontraron con una leve sonrisa en su rostro y la mano agarrando su vieja medalla del Betis pegada al corazón.