¿Es la afición culpable del enésimo fracaso? La respuesta es clara y concisa: no. Cuando los aficionados del Betis pedían la destitución de Quique Setién tras una horrenda racha de resultados y sensaciones, no pedían a su vez a Rubi como entrenador. Y es que es inviable culpar de esta debacle a los únicos que no poseen toma de decisiones en el club. La afición es sangre caliente, corazón ardiente y pasión en estado puro. Unos dirigentes jamás deben guiarse por las peticiones de la afición. Porque, a pesar de ser una parte muy importante, siguen siendo eso; aficionados.
Una afición honra el escudo, acompaña a sus colores hasta el fin del universo, invierte su sueldo en ir a ver su equipo cada semana, pero es ajena a cualquier tipo de decisión deportiva. La directiva debe tener la cabeza fría y una toma de decisiones lógica y en concordancia con la situación, pero lo que es aún más importante, dar la cara en los malos momentos.
Y ésto es lo que todo bético echa de menos; dirigentes que ofrezcan explicaciones por cada decisión, que den la cara cuando haya quien se ría del Betis y, sobre todo, que no haga un ejercicio de pasividad e inoperancia durante la temporada.Quien mande en el Betis, debe tomar decisiones aparte de lo que la afición pida o exija, ¿por qué? Porque quien dirija este proyecto tiene que estar exento de opiniones dignas de barras de bar y poseer conocimientos que vayan mucho más allá de los que un aficionado pueda tener.
Es por ello, que los méritos y fracasos sucedidos a lo largo de esta etapa en Heliópolis, no tienen mayores responsables que sus cabezas de serie: el presidente del club bético, Ángel Haro, y el vicepresidente y consejero delegado del consejo de administración, José Miguel López Catalán.