En #ElGranDerbi había tanto que perder (y tanto miedo a perder), por ambas partes, que si bien el marcador reflejó un 2-0 a favor del cuadro nervionense, quien terminó perdiendo fue el Real Betis. Al conjunto de Manuel Pellegrini, además de Guido Rodríguez, le condenó su propio miedo. La cuadrilla del Ingeniero situó las señales de peligro por derrumbes y desprendimientos (P-26) incluso antes de inspeccionar el terreno y ponerse manos a la obra, por lo que toda la maquinaria verdiblanca, perfectamente cualificada para afrontar jornadas laborales así, se quedó en el almacén. Si el conjunto de las trece barras hubiera caído de forma estrepitosa una vez alcanzada su cima futbolística, habría poco que achacar al equipo. «Es lo que hay», como diría Gerard Piqué. Pero es que este equipo ya ha demostrado que, jugando tal y como sabe jugar, no tiene rival grande sino planteamiento «pequeño». O más que pequeño, temeroso. Y el del derbi sevillano lo fue. El problema no es perder en el Benito Villamarín contra el Sevilla FC, que también, es hacerlo de esta manera y, sobre todo, ante este Sevilla.
La parroquia bética ha visto (por degracia) cómo, al otro lado de la ciudad, se erigió un plan hace ya bastante tiempo que culminó en una obra maestra de ingeniería. Las casas se convirtieron en mansiones, las carreteras en autopistas y el centro comercial en el mismísimo Las Vegas. Pero es que ese Sevilla no es este Sevilla. La rabia, o parte de ella, que acumula el aficionado de las trece barras es haber visto languidecer al Real Betis ante un rival que, si bien es superior en objetivos y aspiraciones, no está por encima del cuadro heliopolitano en términos futbolísticos. En el fútbol solo importa ganar, sí. Pero mientras otro Sevilla habría hecho sangre en el Benito Villamarín ante un equipo abierto en canal, el Sevilla de Julen Lopetegui adolece de conservadurismo y jugó con fuego. Tanto que, sin condicionamientos rojos ni miedos verdiblancos, el partido habría sido otro. Si en lugar de desplegar las señales de peligro por derrumbes hacen funcionar la tuneladora, los obreros del Real Betis ponen patas arriba el Plan 2.0.
Pero las piernas temblorosas y entradas innecesarias fueron obstáculos demasiados grandes que superar. Guido Rodríguez es un jugador al que poco (o nada) se le puede recriminar. Pero los mejores, aunque no lo parezca, también se equivocan. Tal y como le ocurrió a Sergio Canales (ante el Athletic), como le pasó a Nabil Fekir (frente al Bayer Leverkusen) y como le ocurrirá tarde o temprano al propio Manuel Pellegrini. Porque ante el Sevilla, en lo que al Plan 2.0 dentro #ElGranDerbi (el de la segunda parte) se refiere, hay poco (o nada) que reprocharle. El Ingeniero, que no perito ni jefe de obras, tuvo que afrontar el final del turno de trabajo sin su mejor peón. El del «trabajo sucio». El argentino, que sí se presentó a trabajar, aunque con más ganas que cabeza, terminó «picando billetes» para salir demasiado pronto. En una entrada más propia de Andrés Guardado –la del minuto 9– que del propio Guido Rodríguez, el Sevilla mascó el 0-1. El tanto sevillista llegó y con firma argentina, pero no en el 55′, sino un minuto antes del descanso.