La Contracrónica del Betis-Granada, por Alberto Pintado
Atrás quedan ya titulares como Noche aciaga en el Villamarín o Una noche más. El Betis de los béticos sigue hundiéndose aún más cada día que pasa y el capitán parece tener una obligación para con un barco al borde del hundimiento. Un capitán que se arrastra por el puesto de mando viendo cómo el iceberg ahonda cada vez más en el casco de su navío. Un capitán que no puede hacer sino respirar con congoja ante la catástrofe que se le viene.
Rubi demostró, una vez más, su ineficacia táctica en una temporada que el Betis parece haber abandonado ya. Con la guerra en el objetivo, su barco zarpó hace meses hacia un destino de dudosa facilidad. Pero la ambición de un capitán ilusionado era suficiente para convertir la incertidumbre en un positivismo ilustrado. No así las cosas, hoy el capitán del crucero bético choca de forma incesante contra pequeños navíos que atacan con mayor vehemencia que la nave verdiblanca. El rumbo es inexistente, a pesar de que la meta bélica estaba bien definida desde el principio, pero el Granada derribó por momentos en el Villamarín a un Betis más dominador, pero con una esterilidad absoluta en cuanto a armamento uno se refiere.
Que el Betis hace aguas en defensa lo demostró desde el comienzo del encuentro, con una línea defensiva superada por momentos con 4 disparos a puerta de los granadinos en la primera mitad. La fragilidad era tal que, tras una pérdida cuestionable del veterano Joaquín, no hacían las filas béticas sino correr despavoridos hacia sus camarotes tratando de evitar el primer misil que estaba por venir. Cayó de lleno en proa y las aguas empezaban a salir acaudaladas ante el pavor de un capitán al que pocas esperanzas le quedaban.
Aun así, y a pesar del despropósito generalizado que era el equipo como conjunto, los jugadores continuaban defendiendo el buque de forma individual, armados con lo que tenían. No era fácil, pero los arreones de una nave necesitada hicieron que llegara una remontada deseada por todos. El capitán veía la luz y la tierra ya no parecía tan poco accesible. Pero el lastre de los misiles que el casco de la nave arrastraba era un peso demasiado denso para Rubi, y el Betis cedió, una vez más, un misil que recibió por no poder defenderlo como un equipo.
Cayó en desgracia uno de los últimos ataques que en esta guerra pudo hacer el capitán de un barco sin rumbo. Sin rumbo, porque el capitán no es más que el dirigido por un poder que vive en tierra. Que vive soñando por el Betis de los béticos que celebren victorias. Un Betis atomizado. Un Betis, sin embargo, en el que la decisión de quién capitanea las naves —armada la de hoy hasta los dientes con las mejores armas de la historia de la disciplina bética— no es democrática. No hay meritocracia y los cruceros, así, llegan destrozados al punto clave de la guerra.
Esta es ya una guerra perdida y la nave vaga sin rumbo por un océano plagado de enemigos infinitamente mejor preparados. Las caretas ya hace tiempo que están lejos de enmascarar las facetas de los poderes, pero urge una salida positiva al capital verdiblanco que evite más reproches de la afición. Porque el Betis pudo dominar el balón ante el Granada, pero es un equipo muy superior hoy que juega un fútbol infinitamente mejor que el del Betis de Rubi. El barco ya no tiene un fin factible y es necesario reconducir la estrategia si el Betis de los béticos es realmente la prioridad de los mandatarios.