Hay batallas que traspasan el terreno dónde se efectúan. Las hay que hacen presos o que enfrentan a personas de una misma familia, otras que aúpan a individuos aparentemente normales a la condición de mito en apenas noventa minutos. Un derbi es eso, una cuestión de honor, un duelo entre personas de una misma ciudad que tienen distintas maneras de entender el fútbol, un combate que se libra dentro y fuera del campo por futbolistas y aficionados. Nadie sale ileso de un derbi, tampoco indiferente. Un derbi no se juega, se lucha. Un derbi no se ve, se siente.
Es histórica la rivalidad entre aficiones, entre convivientes de una misma metrópoli, entre verdaderos allegados que se disputan la reputación en un encuentro. Para hablar de la primera vez que este singular enfrentamiento se disputó de manera oficial nos tendríamos que remontar hasta la campaña 1934/1935, aunque si bien es verdad que antes, ya se disputaron varios derbis en la conocida como Copa Andalucía. Pese a que es verdad, que el Sevilla ha ganado más veces esta disputa; 88 por 53 del Betis, un derbi es un partido abierto, en el que hacer pronósticos se convierte en una empresa demasiado presuntuosa, donde nada es seguro y puede pasar cualquier cosa. De nada sirve que un equipo llegue mal, el derbi como ya les he dicho antes, no son tres puntos, es algo más.
En los últimos tiempos, para el Betis, las grandes victorias en los derbis y las grandes rachas de partidos contra el eterno rival han tenido el nombre propio de dos entrenadores. El primero de ellos, sin duda, es el de Lorenzo Serra Ferrer. El técnico mallorquín jamás perdió como entrenador contra el Sevilla. Con él, el Betis nunca cosechó una derrota ante el Sevilla. El balance de su doble etapa como entrenador, lo refleja. De los siete encuentros que disputó el Betis contra los hispalenses con Serra en el banquillo, el equipo de las trece barras ganó cuatro y empató tres. A Serra nunca le gustó perder, y menos contra los enemigos y ese carácter se veía impreso en el juego de su equipo. Un equipo alegre, fuerte y ofensivo que solo pensaba en ganar.
El segundo nombre propio, pertenecería a una etapa más reciente de la historia verdiblanca. Hablamos de Quique Setién. El cántabro disputó cuatro encuentros, de ellos uno se saldó con derrota, otro con empate y los dos restantes con victorias. Ahora bien, vaya dos victorias. Una de ellas está escrita con letras de oro en las páginas de la historia verdiblanca. Cualquier bético que se precie habrá soñado alguna vez con aquella rotunda galopada en solitario de Tello en el descuento por el verde del Sánchez Pizjuan ante el impasible silencio de la afición sevillista. Aquel gol sentenció la victoria. Una manita en la casa del enemigo. Tampoco es fácil de olvidar el testarazo de Joaquín en aquel 1-0 en casa de aquel caluroso septiembre del 2019.
Los derbis son sufrimiento y tensión, pero también se quedan a descansar en la repisa de la memoria, sobre todo cuando traen consigo recuerdos felices. Por muchos años que pasen yo seré incapaz de olvidar aquella falta de Beñat que se coló por debajo de la barrera en el último suspiro del encuentro. Tampoco podré olvidar la cara de mi padre, ni aquel abrazo, ni la manera en la que celebramos ese gol.
Hoy todo será distinto, de nada sirve mirar para atrás, un derbi sin gente en el campo es una cosa extraña nos pongamos como nos pongamos. Ahora bien, una victoria lo justificaría todo. El Betis, acusa las bajas y llega con una dinámica desastrosa, pero ya les he dicho, en un derbi nunca se sabe. Jamás den por muerto al Betis. Porque un derbi no se juega, se lucha. Un derbi no se ve, se siente.
