Hay momentos en la vida en los que todo se nubla, quieres y no puedes, avanzas trastabillándote, como el sonámbulo que en realidad está despierto, por inercia más que por motivación, por el empuje de otros más que por iniciativa propia. Te caes y te levantas, andas unos pasos y vuelves a tropezar, te caes y te levantan, y prometes no volver a levantarte si tu espalda vuelve a tocar el suelo. Pero en el fondo sabes que no podrás, que aún tienes a gente al lado que te ofrece su mano y que cuando ya estás otra vez erguido te mete un guantazo y te dice que espabiles.
Te quieres aislar del ruido, pero no puedes, sabes que no estás a la altura, sabes que tienen razón, pero no quieres entenderlo, hay una pieza en el engranaje del destino que debe de estar atascada. Lo que antes era fácil, ahora es mundo, lo que antes era difícil ahora resulta imposible. Sigues vagando por un túnel que no tiene final y menos aún luz. Pero sigues andando, ya ni siquiera piensas en tirarte. Y cuando cada vez estás más convencido de que la cosa no mejorará, te cobijas en el pensamiento de que tampoco podrá ir a peor.
Sin embargo, de repente llega el día. Ese día en el que como en la vida y en las ciudades, los partidos se nublan. Todo se cubre de un manto blanco, el equipo rival, que va ganando, se cierra, las oportunidades se encasquillan, la única manera de seguir vivo es que el genio del equipo, el 10, frote la lámpara. Y la frota, y empata el partido. Y tú, que no estabas llamado a ser el protagonista de nada, por diversas circunstancias, estás dentro. Y empiezas a correr y notas algo distinto, una vieja sensación.
Hoy no notas en el cogote esos suspiros imaginarios de todos los aficionados (el que escribe el primero) que no creen que seas la tecla que hay que tocar, hoy vas más suelto, te asusta lo certero de tus pensamientos. Maldita ironía, después de vagar por las tinieblas, encuentras la claridad en la bruma. Quizás eres el que más acostumbrado esté al terreno, quizás por eso has vuelto a moverte como aquel delantero por el que un club desembolsó 30 millones.
Y ahí está, te llega el balón y lo haces. Sí, te sorprendes a ti mismo, te acordabas. Control, orientación del cuero y definir con temple el mano a mano. Oyes que gritan gol, y aprietas los puños de rabia, te golpeas el pecho varias veces, reafirmas tu gesta. Llegan tus compañeros y te abrazan, gritáis, y de repente vuelve la luz a tu túnel, se suben los plomos y recuperas el olfato. El gol ha despertado ese sentimiento de hambre que dormitaba en el cuarto de tu bloqueo. Muchas veces comer da hambre.
Y ahora todo vuelve a ir solo, como antes, te mueves por el campo con criterio, presionas con fuerza, te vuelves a sentir libre corriendo detrás de una pelota. Cada vez se ve menos, cada vez estás mejor. Balón parado y el esférico va por los aires, él te busca a ti, tú lo buscas a él, os encontráis a mitad de camino y lo mandas al fondo de la red. Ahora sí que sí, ahora eres el protagonista, ya no hay túnel, la luz eras tú y la acabas de terminar de prender. Has sentenciado un partido que vale una clasificación para Cuartos de Final.
Los minutos restantes discurren en la misma tónica, tienes la mente en blanco, no eres consciente de lo que has hecho hasta que pita el árbitro. Y cuando todo termina te echas las manos a la cara, y caen unas lágrimas liberatorias, unas gotas que significan mucho. Llorar de alegría es reír por los ojos. Y te acuerdas de todo lo que has pasado, y se rinden a tus pies todos lo que te pusieron a los pies de los caballos.
Los tuyos corren hacia a ti, te abrazan. Se forma una piña a tu alrededor y te estrechan los que siempre estuvieron, y saltáis juntos, como balas de cañón. El eco del estadio ya no es el murmullo pesimista que te asaltaba, ni el silencio solitario que te martilleaba, ahora es el sonido de la victoria, las voces de tus compañeros felicitándote que vuelven una y otra vez a tu cabeza. Te acuerdas de tu chica y piensas que la quieres, que ya tocaba darle una alegría. Eres feliz y has hecho feliz a mucha gente. Y aparece aquella letra de Natos y Waor: “Disfruto los momentos felices, en honor a los tiempos difíciles. Y piensas que ojalá estas lágrimas de hoy sirvan para acabar de una vez por todas con las malas rachas y las sequías, para poder seguir siendo así de feliz por mucho tiempo.