El bético es un animal soñador por naturaleza. Tiene la mala costumbre de no aprender de los errores del pasado. Vive en un presente perpetuo de ilusiones, de goles que pasaron y que están por llegar, de gestas imposibles, de noches que nunca acaban porque aún se paladean. El bético es un ser insensato. Y eso, precisamente, es lo que le hace ser consecuente, porque, ¿qué hay más irracional que el amor? El bético ama de una forma desmedida, con la lealtad de los locos a los que les atraen los puñales, con la verdad del que permanece en la debacle, con la actitud del masoca disfrutón.
El bético es hijo de lo inexplicable, sobrino de lo extraño y nieto de lo impredecible. El bético es el que asciende a los altares a un delantero que mete tres goles en dos partidos, el que se contagia de emoción y guarda una estricta distancia de seguridad con el escéptico. El bético es un abonado en imposibles, un sufridor profesional, un funcionario de la fidelidad. El bético es el que vela las armas en su universo onírico y conjura los goles cantando.
En la celda de los trece barrotes en la que nos encerramos desde chicos, no gobierna más carcelero que el destino. Ese al que plantamos cara con la garganta, al que desafiamos en la derrota y bendecimos en la victoria. Las paredes de nuestro chabolo están pintadas con el verde del optimismo y con el blanco de la pureza, la misma que vive en los ojos del que se anuda la bufanda en la muñeca y la ondea al aire, como si con ello pudiera ventilar sus penas y sus miserias.
Y es que eso es el Betis, un remanso de paz y esperanza, un nexo entre la tierra y el cielo, un sentimiento ingobernable que tiene la capacidad de matarte o resucitarte en apenas noventa minutos. El Betis es el dominó del jubilado, la dosis del yonki, el Fortnite del niño, la isla y la tentación, la Andorra del youtuber. Es un sitio al que correr a refugiarse, un paraíso sin leyes, una vía de escape. El Betis es la vacuna efectiva, el antídoto secreto. El Betis tiene más de terapia de grupo que de equipo de futbol, de hermandad que de club, de hogar que de estadio.
El Betis son los litros que hoy no saldrán del congelador de la Rosi, los hielos que no se derretirán en la acera, el papel de plata que no abrigará ningún bocadillo, todas esas bengalas que no prenderemos. El Betis somos los que hoy estaremos frente al televisor sin uñas en los dedos y con el corazón en la mano, los que nos desgañitaremos delante de la pantalla, los que sabemos que es nuestro momento. Hoy nos toca. Que se abra el telón. Luchemos como nunca, soñemos como siempre. Vuelven las grandes noches del balompié. Prepárense…
