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Márquez

Cambio de planes. Mi columna de opinión de abril iba a ir sobre los jugadores y las redes sociales. Me parecía oportuno tratar el tema después de lo acontecido estos días con la publicación de Juanmi en Instagram y el tuit de Borja Iglesias (para muchos, zasca) a un tertuliano radiofónico. Sin embargo, anoche, leyendo la prensa deportiva, me enteré del fallecimiento de Luis Márquez. No podía dejarlo pasar. Sirva este rinconcito en Onda Bética como pequeño homenaje.

Márquez fue uno de mis futbolistas preferidos en la adolescencia. Jugó en aquel Betis que subió a Primera División en la temporada 93/94 en Burgos. Él marcó, precisamente, el primer gol de aquel encuentro en el Plantío que acabó cero a dos. Al año siguiente hicimos una de las mejores campañas de nuestra historia, culminada con la clasificación europea gracias a una victoria en el Bernabéu, mi primer partido presencial fuera de casa. Aquella no era una plantilla espectacular, pero Serra Ferrer la dotó de mucho carácter y competitividad. Subimos, jugamos la copa de la UEFA y en el 97, ya con Alfonso, Finidi, Jarni y compañía llegamos a la final de la Copa del Rey. Un Betis histórico en el que tuvo su hueco Márquez.

Solía llevar el número ocho en la camiseta de las trece barras. Era un jugador fino; con mucha clase. Se movía por el carril diestro y tenía un guante en la bota derecha. Por entonces, a los que recorrían la banda, se les llamaba carrileros y Luis era de los mejores de la Liga. Sonó para otros equipos e incluso para la selección, pero no se movió del Betis hasta el final de su carrera, cuando ya no contaba con minutos. A muchos les pareció que pudo ser más de lo que fue. Su técnica y su precisión en los centros eran exquisitas. En cambio, a la hora de defender, no mostraba el mismo interés que para atacar. Le costaba mucho más bajar que subir y eso, en ocasiones, le pasó factura con la grada.

Todos los béticos que teníamos uso de razón en esa época recordamos su golazo frente al Atlético de Madrid. Yo lo vi sentado con mi padre en el Villamarín y creo que puedo asegurar que es el mejor gol que he presenciado in situ en un estadio. Ya en la segunda mitad, todavía con empate a cero, Menéndez, un elegante zurdo que fichamos del Albacete, lanzó un córner desde el perfil izquierdo. La pelota voló hacia el segundo palo, hasta la esquinita del área grande. Allí estaba preparado Márquez, que enganchó una bolea increíble, con un escorzo de su cuerpo casi antinatural. La pelota sobrepasó a Abel Resino y se alojó en las redes de la portería del Atleti, que terminó perdiendo dos a cero. Para los más jóvenes, si no lo habéis visto, id inmediatamente a buscarlo. Para los que ya tenemos una edad, id también; siempre es bonito recuperar los momentos que en su día nos hicieron felices.

Pero mi historia con Márquez no acaba en este gol. Cuando ayer estaba leyendo sobre él me acordé de algo que me ocurrió en mi etapa universitaria y que de vez en cuando cuento a modo de anécdota. Después de dejar la carrera de Derecho en Sevilla, donde no aguanté ni un curso, me fui a estudiar Periodismo a Madrid. Vivía en una residencia de estudiantes donde conocí a los que hoy son mis mejores amigos. Dos de ellos eran el Chano, y el Tipiño, dos tipos estupendos con los que solía frecuentar un bar en el que ponían los mejores y más grandes bocadillos de lomo con queso del mundo. Este lugar se llamaba Las Brasas, en Villaviciosa de Odón, y su dueño era Domingo. Chano, que lo que tenía de buena gente lo tenía también de sinvergüenza en el buen sentido de la palabra –, le dijo un día a este hombre que tenía que invitarnos al calimocho con licor de mora, porque yo era muy famoso en Sevilla. Domingo no lo veía claro, pero mi amigo extremeño le insistió hasta que se creyó que yo era el hermano de Márquez. Desde entonces, Domingo me invitó muchas veces en Las Brasas, me llamaba Márquez y me preguntaba por cómo estaba mi hermano.

Era muy joven. Apenas contaba con cincuenta y un años y el maldito cáncer se lo ha llevado. Me apetecía recordarlo. Espero que frente a la Real Sociedad los aficionados miren al cielo y en ese minuto de silencio sonrían y se acuerden de aquel gran futbolista e ídolo para muchos chavales como yo. Descansa en paz, Luis Márquez.

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