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La marcha verde

La de veces que la afición del Betis ha acompañado fielmente a su equipo. He ido a lugares como Almendralejo, Badajoz, Huelva, Valladolid, Burgos… Cuesta trabajo entender que esta pasión consiga llevarte a lugares que no hubiese pisado en mi puñetera vida, a verdaderos “bujíos” del fútbol nacional, a rincones llenos de roña futbolística, pero la palma se la lleva Albacete, un lugar que no coge ni de paso, en medio de la nada y eso vengo a contaros, como en un frío mes noviembre de 1995 me fui a Albacete para ver el Betis.

Había que ser muy agonía del Betis para irte a la estepa siberiano-manchega rozando el invierno pero mi amigo Vicente lo era y tela, por cierto. Sonó el teléfono y era él, mi fiel colega del Gol Sur: “Quillo, que el Chupe pone cuatro autobuses para Albacete”, le conteste: “Mamona, que estoy más tieso que una viena del Polvillo después de dos días” y me dice: “Cabesa, 1500 pesetas ida y vuelta con la entrada” y claro cómo cojones no iba a ir si me salía más barato viajar a Albacete y ponerme ciego que quedarme en Sevilla un fin de semana. Más o menos como le pasa a un jubilado con los viajes del Inserso.

Y allí estábamos los cuatro, sí los cuatro porque convencimos a mi hermano Jorge y al primo de Vicente, a las 4 de la madrugada frente a la puerta de cristales con las mochilas cargadas de bocatas y Cruzcampo como si no hubiese un mañana. Nos esperaban 6 horas de autobús, primero dormidos y luego cantando tanto que cuando llegamos a Albacete ya estaba más ronco que Rancapino con faringitis.

Cuando nos bajamos en Albacete decidimos dar una vuelta para ver la ciudad y armar un poco de jaleo con los cánticos, pero aquello era como hacer turismo por el Parque Alcosa. Que cosa más fea Albacete, más sosa que la pescadilla con menestra que ponen en el Virgen del Rocío y además hacía un frío que no era normal, te dejaba peor cuerpo que duchándote en enero con la bombona del butano bocabajo, ese gélido aire nos puso los pezones como dos llaves de paso, ni a mear fuimos porque no había manera de encontrarse el mismísimo nabo.

Al final hicimos lo que hacíamos en todos lados, buscar el estadio y ponernos tibios a cerveza antes de entrar a ver el Betis (que eso es mano de santo). Así que fuimos preguntando por el estadio Juan Belmonte hasta que un señor nos dijo que era “Carlos” pues Juan era el torero y el tal Carlos fue un antiguo alcalde, que ya hay que ser sieso para ponerle el nombre de un político a tu campo.

El partido fue lo de menos, sin goles, sin chicha, como la ciudad de Albacete vamos, pero lo pasamos de gloria. La marcha verde vistió las gradas de aquel cementerio futbolístico, ese Betis de Serra Ferrer ya tenía hilvanadas las primeras puntadas para hacer el equipazo que tantas alegrías nos daría muy poco tiempo después.Betis

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