Bocadillo de polvorones

Con la emoción de un especial de Nochebuena y la pesadez de una bandeja de mantecados de Estepa, el Real Betis venció al Cádiz en el Benito Villamarín. El conjunto de Manuel Pellegrini dejó al beticismo una sensación muy propia de estas fechas. Como en las habituales comidas de Navidad, los heliopolitanos estuvieron lentos y pesados, generando cierta sensación de hartazgo entre sus aficionados. Pero, como tras una buena comida de Navidad, el Real Betis dejó también un regusto reconfortante: el de ganar. Sin ritmo ni fluidez ni lucidez en el juego. Sin grandes ocasiones claras a la vez que concedía otras tantas peligrosas. Pero ganó y dejó la portería a cero.

En multitud de ocasiones, y más cuando hablamos del Real Betis, ganar y mantener la puerta imbatida no está relacionado. Pero esta vez hubo un denominador común en el cuadro de las trece barras que, por un lado, le dio los tres puntos a su equipo y, por otro, ayudó a Joel Robles a levantarse de sus traspiés. Guido Rodríguez se ha convertido, Sergio Canales aparte, en el jugador más importante de la entidad bética. Y que ni se resfríe. Ya sin amarilla para medirse a los de amarillo, la conexión ‘made in’ América fue clave para que los verdiblancos dieran de su propia medicina al conjunto gaditano. Diego Lainez apenas tiene minutos ni continuidad en las rotaciones de Manuel Pellegrini, pero el chileno parece saber cuándo introducir al mexicano para que este termine convirtiéndose en una pieza fundamental de las victorias bélicas. Y no es la primera vez.

Como tampoco es la primera vez que el conjunto de la Palmera saca adelante uno de esos partidos que en demasiadas ocasiones se la han atragantado. Los Alavés, Valladolid, Valencia, Elche, Osasuna y Cádiz son los polvorones que más les cuesta bajar al Real Betis cada temporada, pero a excepción de la primera y última victoria que acumulan los verdiblancos este curso, ha sumado los tres puntos con cierta solvencia. Más si cabe la de los gaditanos, un equipo que llegaba al Benito Villamarín tras encadenar dos derrotas consecutivas y que necesitaba uno de esos empujones que suele dar el cuadro Bético para no descolgarse de la parte media de la tabla. Pero esta vez, por suerte, tenían apagado el desfibrilador en Heliópolis.

El pasado 21 de diciembre se vivieron emociones más fuertes sobre el césped del Benito Villamarín que en el último partido liguero ante el conjunto de Álvaro Cervera. Y es que la Junta General de Accionistas protagonizó todos los ‘highlights’ de la semana. De ahí que un palo de Salvi, la caída de Joel Robles en pleno mano a mano y un absurdo carrusel de cambios en el conjunto visitante fueran las acciones más destacadas de la jornada 15. Un evento con la intensidad televisiva de un partido de las 16:15 horas no fue la mejor manera de dar la entrada al día de Nochebuena. El aficionado verdiblanco ganó, pero sufrió hasta el final. El aficionado cadista perdió, y se quedó con mal sabor de boca. Y el aficionado neutral, que bien pudo disfrutar del encuentro en Betis TV, simplemente se aburrió.

No obstante, y a pesar de las fechas en las que estamos, el bético no muestra especial ilusión por su equipo. El bético es sabedor de que su equipo está muy limitado en ideas y juego. Es sabedor que, tanto en las posiciones ofensivos como las ofensivas, existen infinidad de carencias que hacen imposible aspirar a nada más alto que no pasar otra temporada más de sinsabores. Por tanto, al bético no le queda otra cosa que la autocomplacencia de pensar que su equipo no perderá los partidos suficientes como para no sufrir y ganará un número mínimo de encuentros para ilusionarse. Pero nada más lejos de la realidad. Tienen que llegar fichajes en enero y tienen que producirse pasos adelante de varios jugadores importantes –tan importantes como los capitanes Joaquín Sánchez y Andrés Guardado–, pero el Real Betis no da síntomas de mejoría.